Irvine Arditti |
Cada concierto, cada propuesta, de Musicadhoy acaba
alcanzando el cariz de acontecimiento. Más allá de un estricto ciclo de
conciertos, el proyecto cultural que comanda desde hace 16 años Xavier Güell
es, ya lo hemos dicho en más de una ocasión en este blog (… y en otros medios),
el encuentro musical más fascinante, inquieto e indomable de cuantos acaecen en
España [puede escuchar una entrevista con él en el siguiente podcast del programa Ars Sonora]. Sólo cabe lamentar que este no tenga cariz de festival –concentrado en
un determinado número de días consecutivos- y, por ende, su seguimiento por parte de los
foráneos no pueda ser en todos los casos puntual. Se beneficia de lo contrario
el público madrileño, que puede asistir a las citas que proponen, espaciadas en el tiempo, con lo que de disfrute plácido, pausado y no atracón
conlleva esto.
Arrancaba en la Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música el pasado 14 de febrero Musicadhoy 2012 bajo los designios de un
epígrafe: ¿Dónde estás, hermano? en directa alusión a la obra homónima de Luigi Nono, enorme compositor italiano, figura seminal de la música de vanguardia,
cuya música y la de su suegro, Arnold Schönberg, centran una temporada (que
puede consultarse aquí) y que ofrece varios conciertos de asistencia obligada,
de los que citaremos tres: el inaugural, consagrado a dos obras del último Nono
(Hay que caminar, soñando y La lontananza nostálgica utópica futura), la
integral de los Cuartetos de cuerda de Schoenberg -¡en una sola sesión!- y la audición
de Como una ola de fuerza y luz para soprano, piano, cinta y orquesta, obra de
Nono que conocerá su estreno nacional 40 años después de haber sido creada.
Tuvo la primera sesión un marcado aire luctuoso. Uno de los
principales colaboradores de Musicadhoy, el contrabajista y compositor Stefano Scodanibbio fallecía el pasado 8 de enero a los 55 años tras padecer una brutal
enfermedad degenerativa (ELA). Güell subió entonces al escenario para glosar la figura
de uno de los intérpretes fundamentales para comprender el devenir de la nueva
música durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX y primeros años del
XXI. Cercano colaborador de compositores como Donatoni, Xenakis, Bussotti,
Scelsi, Sciarrino, Riley y del propio Nono, Scodanibbio representó al artista
indagativo e insobornable, presto a aventuras radicales, a saltos sin red. El
máximo responsable de Musicadhoy, quien se refirió al público que,
generosamente, llenaba buena parte del aforo, en términos de “familia”, pidió
un minuto de silencio (¡el silencio!, ese tesoro casi propiedad de las músicas
avanzadas) que se siguió con visible emoción por un público ajeno a lo
protocolario, que estuvo ahí por deseo expreso, al margen de todo boato, en las
antípodas de cualquier reminiscencia de frívolo acto social.
Posteriormente, Irvine Arditti, ese titán de la
contemporaneidad, redondeó el homenaje con la interpretación de My new address
(1992), partitura de Scodanibbio para violín solo hecha de rebeldes arpegios y
densísimos armónicos. Música especulativa, sí, virtuosa en la tradición de los
Caprichos de Paganini primero, de los de Sciarrino después, que mira también indisimuladamente
la estética hiperatrofiada, hipercompleja de Brian Ferneyhough y que, sin
embargo, suma a la causa al oyente que asiste impávido a un torrencial
despliegue de poderío técnico que
culmina en un violento, efectista, casi doloroso ostinato. La obra, que pasó
algo desapercibida en la grabación del álbum monográfico del sello Stradivarius
por el esforzado violinista Francesco D’Orazio, tuvo en Irvine Arditti a un
traductor privilegiado que permitió asomarnos a cada rescoldo de los
pentagramas, haciéndonos oír hasta el mismo rozar de la resina de su
instrumento en una ejecución/memorial que despertó encendidos aplausos: a la
memoria de Scodanibbio (“estés donde estés”, dijo Güell), a Arditti después.
Luigi Nono |
Arditti y Sarkissjan son dos músicos
diferentes y complementarios. El primero es dueño de ese sonido terroso y
virulento que tanto quería Nono para su música (al decir del filósofo y
conocedor de la obra de Nono, Massimo Cacciari), el segundo, tiene un sonar más
afilado y puro. Su interpretación, en común, fue prodigiosa. Aunque acaso no
exista en ningún lugar ese silencio terrible que parece demandar la escucha de
Hay que caminar… soñando, tampoco un público capaz de enmudecer por completo
durante 30 minutos. El esfuerzo de unos y otros mereció la pena y la audición
gozó de islas (Prometeo en la memoria) sobrecogedoras.
El compromiso de Luigi Nono con el comunismo
se mantuvo incólume durante toda su vida. Y también está, aunque no de una
forma evidente, si no sublimado, en La lontananza nostálgica utópica futura
(1988-89) para ocho cintas y violín. Quien esto firma recuerda como una
conmoción vital escuchar por vez primera
esta pieza en una audición propuesta por José Iges en Radio Clásica de
Radio Nacional de España hace casi 15 años. Musicadhoy ya la propuso con
los mismos intérpretes convocados ahora el 28 de noviembre de 1996 en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando. 16 años después la obra era
recuperada por Irvine Arditti y André Richard (Experimentalstudio des SWR).
Puede que la Sala de Cámara del Auditorio
Nacional no fuera el lugar más adecuado para permitir la movilidad del
intérprete (demasiados atriles ubicados en el escenario), tal vez hubiera
beneficiado la introspección auditiva una mayor oscuridad en el espacio y
quizás incluso la selección de las cintas por parte de Richard no tuviera por
qué ser la predilecta. Pero nadie podrá poner en duda la valía de la ejecución
de uno y otro músico, colaboradores ambos de Luigi Nono, y dueños de una gran
parte de la verdad que encierra una música tan volátil como La lontananza.
Al contrario que en la grabación de Montaigne
realizada en 1991 por Arditti y Richard, en la versión que pudo escucharse en
la puesta en marcha de Musicadhoy 2012, el responsable de la electrónica optó
por una versión enormemente musical en la selección de las pistas de sonido.
André Richard es consciente, como él mismo me explicó brevemente en la
conclusión del concierto, de las inmensas posibilidades sonoras que permite la
determinación de las cintas. Y aborda unas interpretaciones y otras desde
ópticas diferentes, redundando en el engrandecimiento de la propia obra. Si en el
citado disco, el violín de Arditti colisiona en no pocas ocasiones con el
sonido vacío, henchido de ecos y fantasmales resonancias de la parte
electrónica, en Madrid, Richard abordó la partitura casi desde el diálogo entre
el violín del solista inglés y el de las improvisaciones grabadas originalmente
por Gidon Kremer.
Fue, en fin, una versión plenamente válida y
con momentos de una belleza inmarcesible, 52 minutos en los que pareció
desvanecerse cualquier percepción temporal , un viaje a los confines de lo
audible, tan abstracto como palpable, que contó con un Irvine Arditti fastuoso
en su despliegue de medios y preso de una convicción aplastante en su sonar.
Habrá quien prefiera la lectura original [disponible aquí], más liviana y domesticada de Gidon
Kremer, estimable es también la grabada para Kairos por la violinista Melise
Mellinger y Salvatore Sciarrino [también en YouTube], tan cercana al artefacto sonoro, subrayando
cuanto de experimental tiene la partitura, insistiendo en su virulencia interna
y llevándola a la mayor extensión posible. E igualmente satisfactoria es la
menos divulgada de Wandelweiser Records con Clemens Merkel (violinista
del estupendo y muy poco conocido en España canadiense Quatuor Bozzini) y Wolfgang
Heiniger, austera, habitable por su parquedad, acaso excesivamente presa de la
estética del despojamiento que defienden los autores del sello.
Arditti y Richard parecieron buscar una nueva vía, un sendero inexplorado que no se despegó en exceso de los confines del tejido más instrumental, donde en cada jirón, en cada desgarro habitaba un mundo. La lontananza nostálgica utópica futura resultó, en su interpretación, un críptico y ensimismado relato pletórico de musicalidad, ajeno a cualquier titubeo expansivo y fidelísimo al espíritu de Nono. Un acontecimiento, dijimos.
Y en el CNDM, el Cuarteto Emerson (Adès, Rihm y Bartok)
Cuarteto Emerson |
La Sala de Cámara del Auditorio Nacional recibía el viernes (13/01/11) al Cuarteto Emerson dentro de las series 20/21 puestas en marcha por el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) que, tan ejemplarmente en materia de música actual (y en otros géneros) coordina Antonio Moral. Su presencia en Madrid, al hilo de una gira que la formación estadounidense está llevando a cabo por Europa, llevó a los atriles partituras de Thomas Adès, Wolfgang Rihm y Béla Bártok.
El Cuarteto de cuerdas nº4 (1980-81) de Rihm (1952) es uno
de los más interesantes de los doce (ya trece, éste será estrenado en unos días
en la Cité de la Musique de París por el Cuarteto Arditti), de los que lleva
redactados este interesante por más que sobrevalorado y prolífico compositor
germano cuya deriva musical hacia postulados cada vez más deudores del
neoexpresionismo es incomprensible. El Emerson abordó la partitura afianzando
sus contornos más clásicos y redondeando los ataques. Aun así, su versión,
diáfana y de una controlada agitación, mostró la discordia en la que tan pronto entran los cuatro atriles como los
remansos que igualmente rápido conquistan.
Fue con el Cuarteto nº5 Sz. 102 BB 110 (1935) de Bartok (1881-1945)
cuando el Emerson alcanzó la excelencia que se le presupone. Su manera de
abordar la música entronca a la perfección con el vigor rítmico y la ambiciosa
envergadura de una obra como esta. Todo estuvo en su sitio y los cuatro músicos
desgranaron sin despeinarse una música que puede ser abordada con un tono más
iracundo, pero que igualmente resulta desde un posicionamiento cargado de energía
pero transparente en su desarrollo, sin abigarramientos ni gratuita pirotecnia.
De mucho menor interés resultó la obra que abrió el recital,
el novísimo Cuarteto de cuerda The Four Quarters (2011)
de Thomas Adès (1971). Nunca podremos entender cómo se pretende allanar la
comunicación entre obra y oyente en la modernidad con propuestas tan vagas como
las del músico inglés. El Cuarteto Emerson, dedicatario de la obra, hizo cuando
pudo con ella y nos llegó con entrega y devoción. Pero su tono pretendido tono descriptivista,
casi programático, y lo fragmentario de su disposición en cuatro movimientos no
permitieron muchos lugares de disfrute. Es la de Adès, habitualmente, una
música yerma de tensiones y convencional en la mayor parte de los casos. No se
negará la valía de piezas como Powder her face (1995) y The tempest (2003-04)
pero, en términos globales, su música tiene muy poco que decir al lado de
compatriotas suyos como Brian Ferneyhough, Michael Finnissy e incluso Sir
Harrison Birtwistle y Jonathan Harvey.
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