John Cage (1912-1992)
I-VII.- Electronic music for piano 55:25
Ciro Longobardi, piano.
Agostino Di Scipio, computer, live electronics
Audición: Electronic music for piano (VI. 69-84)
Los fastos del centenario de John Cage en este
2012 no están pasando desapercibidos. No al menos para el interesado en
la cada vez más trascendente figura de este hombre genial con raíces en
el siglo XX y con profundas consecuencias en
el siglo XXI. Su obra está centrando buena parte de cuantos eventos
consagrados a la modernidad musical existen en Europa y Norteamerica. Y
su discografía, ya de por sí generosamente nutrida, se está ampliando
con notabilísimas aportaciones. Baste citar la
reciente aparición de una nueva integral de las Sonatas e Interludios
para piano preparado en sello AEON a cargo del teclista Cecric Pescia,
la nueva edición de los Etudes Australes a cargo de Sabine Leibner en
NEOS –comentados en este mismo blog-, la nueva
revisión de la obra para percusión cageana que ha emprendido el sello
Mode y de la que ya tenemos sus dos primeros frutos, el segundo volumen
de los Freeman Studies en la casa italiana Stradivarius a cargo de un
violinista, Marco Fusi, que se ha atrevido
a medirse fonográficamente con Irvine Arditti. Para redondear el stand de novedades (no se vayan todavía, vendrán más en lo que queda de año), Brilliant Classics propone un saludable y ameno álbum que, bajo el título de Music for an aquatic ballet, despliega un ramillete de piezas para flauta y percusión -algunas como la citada en primera grabación mundial y en lo que supone una reconstrucción similar a las que se llevan a cabo en el campo de la música antigua- a cargo de Roberto Fabbriciani y Jonathan Faralli.
Pero nosotros traemos a colación nuevamente la figura de Cage
con motivo sin embargo de una publicación que resulta especialmente
llamativa por su contenido y por el aporte de novedad absoluta de su ejecución. Enmarcada en la colección Times Future de Stradivarius, se plantea una
interpretación absolutamente personal y fascinante del pianista Ciro
Longobardi y el ingeniero de sonido y compositor Agostino Di Scipio al
respecto de la Electronic Music for Piano. Se trata
de una de las obras más anecdóticas del inmenso catálogo pianístico de
John Cage por cuanto que su impulsiva creación acaeció el 2 de
septiembre de 1964 cuando el compositor anotó unas crípticas y muy vagas
instrucciones de ejecución en un trozo de papel con
membrete del Hotel Malmen de Estocolmo, ciudad a la que había acudido
para dar un concierto junto a David Tudor.
Ciro Longobardi |
Aquel esbozo de partitura –que nunca desarrolló
más y al que sin embargo dio paso a su catálogo- llamaba al empleo de
partes del ciclo Music for piano 4-84 (1953-56) -que debería seleccionar
el intérprete en función de su interés y de la
duración que quisiera dar a la nueva obra- ejecutadas ahora con la
asistencia de un dispositivo electrónico (la partitura citaba
micrófonos, amplificador y osciloscopio) y un mapa de estrellas, un
rudimento compositivo que iba a determinar algunas obras anteriores
y ulteriores como los Etudes Australes, Variations II o el formidable
Atlas Eclipticalis. Ese mapa deberá ser usado por el intérprete para
determinar diferentes parámetros y acciones sonoras -previamente
prefijadas por él- con la ayuda de un programa informático
que seleccionara estrellas del mapa (y con ello la altura, la duración
de cada nota…), el I Ching o, más espartanamente, un dado o cualquier
otro mecanismo que permitiera plantear acciones de resultados
indeterminados y que constituirán luego el esquema de
interpretación de la obra.
Agostino Di Scipio |
Disponíamos en disco de dos realizaciones de
esta Electronic Music for Piano de diferente interés. La primera de
ellas, y más breve de las tres que observaremos, se encuentra en un
registro de MDG dentro de la integral pianística que hace
unos años planteó Steffen Schleiermacher. El alemán opta por abordar la
composición casi como si de un paisaje sonoro se tratara. El técnico de
sonido sitúa el micrófono alejado del piano para grabar un espacio en
el que, además, se han dejado las ventanas
abiertas dando así entrada a eventos que son documentados por otro
micrófono ubicado en el exterior. ¿El suceso? Niños que juegan y charlan y pájaros
que cantan sin cesar como acompasados por las notas que surgen de un
piano que, paradójicamente, no es en modo alguno
protagonista de una obra que se reviste aquí de una inspirada poesía
pero a la que, tristemente, no se le da el tiempo suficiente (poco más
de diez minutos) como para que la propuesta se asiente en el imaginario
del oyente.
El sello de música experimental Another Timbre
encargó a John Tilbury y Sebastian Lexer una nueva versión de la obra
para un disco, Lost daylight, en el que la pieza de Cage se encontraría
con otras partituras de Terry Jennings. Aquí,
ambos intérpretes se propusieron el más difícil todavía en cuanto a la férrea aplicación del carácter
indeterminado de la composición. De esta forma, además del empleo de un
mapa estelar digitalizado sobre el que aplicaron con un programa
diversos movimientos aleatorios con sus correspondientes
consecuencias musicales, Tilbury y Lexer fueron luego más allá. Con la
grabación realizada al piano y con los efectos electrónicos ya añadidos,
esta fue desmenuzada por un nuevo sistema digital que resituó cada
acción sonora, cada acorde en un espacio nuevo.
Sónicamente, el resultado –de unos 40 minutos- es de una especial
densidad, con una textura granulosa cercana a la estética
post-industrial de músicos como Richard Chartier y Taylor Deupree. Hay
un indisimulado gusto por la estética del error y por la tonalidad
mate, como de disco de vinilo. Se escucha con interés pero la
intervención electrónica de Sebastian Lexer se antoja excesiva, como dejando a Cage muy al fondo.
La que Longobardi y Di Scipio presentan ahora es
la más extensa –supera los 60 minutos- y también, contra lo que pudiera
pensarse, la más musical de las tres, de igual modo, la más exigente
por cuestión de su duración, de ese permanente
goteo de acordes pianísticos y silencios que procesionan sin orden
aparente. Ambos músicos reconocen en las notas del disco el haber
prescindido del mapa de estrellas para la selección de los eventos
indeterminados, tampoco recurren a "chance operations", en
sus palabras “para no ser más cageanos que el propio Cage”. Entonces,
lo que se propondrá es el encuentro del sonido del piano -al que más
que metamorfosear se le acompaña- con pequeños accidentes electrónicos
causados/motivados por un programa desarrollado
por Agostino Di Scipio.
En esta subyugante reinterpretación, los músicos
se recrean -y nosotros con ellos- en la observación de la imperfección
del silencio, escuchando resonancias y ecos del instrumento, sintiendo
la respiración y hasta el gesto del pianista
y siendo partícipes de un aleatorio feedback que devuelve algunas notas
transformadas electrónicamente y que se confunden con el sonido
acústico. Gracias a la generosa selección de números de la Music for
piano, los italianos permiten un nuevo y asombroso
acercamiento a una creación que creíamos menor dentro del universo
Cage. Se podrá preferir -y quien firma así lo hace- la versión más
lúdica y perturbadora de Schleiermacher o el noise-ambient de Tilbury y
Lexer, pero esta ejecución de Di Scipio y Longobardi
resitúa la composición en un lugar muy diferente, y es ahí, en el
cambio de guión (que llega tan lejos como para desobedecer parcialmente
al propio compositor) donde anida su mayor interés y provocación.
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