El esperado estreno en el Teatro Real
de Madrid el pasado domingo 9 de septiembre de Moses und Aron de
Arnold Schönberg rozó casi lo que pudo haber sido
una función histórica. Quedó simplemente, en una audición
soberbia en versión de concierto, lo que no es poco tratándose de esta compleja y
mayestática partitura. No se nos ocurre un mejor conjunto que la SWR Sinfonieorchester
Baden-Baden
und Freiburg para hacer sonar esta música ni, probablemente,
un mejor coro que el EuropaChor Akademie para cantarla. Tampoco
pensamos que exista un Moses de mayor valía que el de Franz Grundheber, capaz de
imponerse a la parquedad del recitado para, sin caer en una
dramatización exagerada, dotar cada palabra de sentido y fuerza. Casi podríamos decir que escucharle cantar Moses (con toda la
paradoja que encierra el emplear en este caso el término cantar)
resultó una experiencia inolvidable, imaginamos que similar a la que
los belcantistas pueden experimentar hoy día escuchando a Elina
Garanča o Cecilia Bartoli.
Moses und Aron ha llegado al Real en
medio de un fuego cruzado. El más importante, el de la plantilla de
un coliseo que acaba de vivir una tacada de despidos y donde se
contemplan más en el futuro. En segundo lugar el proveniente de los
abonados más conservadores que, desde que se anunció la temporada,
no vieron bien que esta se inaugurara con un título magistral del
siglo XX. Y en medio, el abierto por el director, Gerard Mortier, caldeando los ánimos al tildar de “locura estúpida” la intención de su predecesor en
el cargo, el hoy responsable del CNDM, Antonio Moral, de estrenar Moses
en Madrid en una valiosa coproducción del Real con la Ópera de
Viena a cargo de Reto Nickler (felizmente llevada al dvd en el sello
Arthaus Musik). Sea como fuere, y por encima del viperino aunque casi
siempre lúcido Mortier (que recibió rápida y merecida respuesta
por parte de Moral en esta carta), el mérito, le pese a unos y a otros más o menos,
es de ambos. De ambos y de anteriores directores del Real, pues sobre
la mesa llevaba largo tiempo aguardando la propuesta de estrenar de
una vez Moses und Aron. Cada uno ha esgrimido sus razones para
posponerlo y el actual mandatario del coliseo tiene las suyas
propias para haberla presentado tal y cómo lo ha hecho. Pero la intención ha estado ahí desde tiempo atrás. Y,
evidentemente, puestos a pedir, y con el máximo respeto para los
cuerpos estables del Real, la ecuación perfecta (perfecta y
costosísima) hubiera sido traer el título con los mimbres musicales
de la SWR y la escena del citado Nickler en un número mayor de funciones.
Pero Madrid ha tenido el mejor Moses
posible (pensar qué hubiera sucedido si Pierre Boulez se hubiera
puesto al frente pasaría por esbozar una posibilidad poco realista
dado el delicado estado de salud del maestro francés). Y hoy, a la
luz de los resultados interpretativos, tenemos que congratularnos de
que, en su momento, se tumbara la posibilidad de que el ególatra
Daniel Barenboim fuese el encargado de hacer suya una de las obras
maestras de Schönberg. Sylvain Cambreling realizó una
formidable demostración de capacidad concertante e impulso rítmico
aunque algo corta de mordiente. Podría achacársele cierta carencia
de continuidad dramática, pero Moses und Aron se nos ofreció en
versión de concierto, y por ello, el francés enfatizo el por otro lado
nada soterrado carácter de oratorio que serpentea por toda la
composición. Su versión quedó en algún término medio entre la
disección analítica y la deslumbrante eclosión tímbrica de
Boulez (en su segundo registro para Deutsche Grammophon) y la
profunda sensualidad esbozada por la hoy algo olvidada grabación de
Herbert Kegel. En todo caso sabemos también que Cambreling no tuvo
en cuenta ni el lacerante modernismo de Michael Gielen ni la nebulosidad
tardorromántica de Georg Solti. En esta ejecución la balanza se
escoró hacia el lado de la orquesta y se perdió en exacta
planificación lo que se ganó en tremendismo sonoro.
Cambreling tuvo ante él a su largo
tiempo compañera, la SWR Sinfonieorchester
Baden-Baden
und Freiburg, un conjunto con
una trayectoria impecable por cuyo podio han pasado maestros que han
dejado huella en la manera en la que esta formación interpreta y
difunde la música de vanguardia. La lista da vértigo: Hans
Rosbaud, Ernest Bour, Kazimierz Kord, Michael Gielen, Sylvain
Cambreling y, en estas fechas, su actual titular, el muy interesante
e inquieto François Xavier-Richter. Podríamos afirmar sin titubear
que esta es la 'orquesta de la música contemporánea', del mismo
modo que su vecina y familiar, la SWR Radio-Sinfonieorchester Stuttgart es la 'orquesta del repertorio clásico y romántico'
gracias al visionario quehacer de maestros como Neville Marriner y
Sir Roger Norrington. Retomando el Moses, si la SWR (de Baden Baden y
Friburgo) ya nos despeinó con sus ejecuciones en Madrid del Saint François d'Assise de Messiaen en 2011, esta vez volvieron a mostrar ese sonido
compacto, brillante e intenso que les caracteriza. Y lo hicieron desde el primer acorde
al último, otorgando momentos de un refinamiento tan elevado que
parecíamos no haber escuchado antes tantas y tantas cosas como
suceden en la ópera, dejando fuera de juego los óptimos registros
fonográficos de la obra. Dicha en un sólo trazo, sin descanso entre
el primer y el segundo acto, la SWR mereció una ovación por sí
sola.
El
EuropaChor Akademie, integrado por más de 100 coralistas, sacó
adelante el reto de cantar uno de los títulos más abstrusos
escritos nunca para su formación. Mostraron soltura y un notable
empaste, aunque apuntamos algunos desajustes en los momentos de mayor
compromiso polifónico. Protagonista memorable de estas dos funciones -ya lo hemos dicho-
fue el Moses de Franz Grundheber, una leyenda del canto declamado, y
hoy, pese a su veteranía, el mejor protagonista posible para este
título. El alemán ha hecho suyo al personaje y no necesita esbozar
el más mínimo gesto dramático para que cada palabra nos llegue
sacudida por un látigo de emoción. Quizás no hubiéramos
disfrutado tanto con su interpretación en una versión escénica, y
su diálogo final (Aron, was hast du getan?) supuso un clímax
perfecto. Colaboró su antagonista, el tenor Andreas Conrad con un
Aron de no especialmente bello timbre pero eficiente en el sorteo de
las múltiples dificultades impuestas por la endiablada tesitura.
Destacaremos también, por último, la imperativa rotundidad del bajo
Friedemann Röhlig y la buena competencia del resto de secundarios.
Lo hemos dicho ya, una función histórica que no debería retraer a
nadie en el futuro para retomar la programación de este título con
una versión escénica y quizás entonces, con el concurso de las
formaciones estables de un Teatro Real que, vivirá en esta
temporada, dos momentos previsiblemente importantes para las músicas avanzadas: el estreno
mundial de The perfect american de Philip Glass y las funciones
consagradas a Wozzeck de Alban Berg.
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