Sánchez-Verdú, Sidney Louis, Tamayo. Foto: OCG |
La presencia de Arturo Tamayo como
director invitado en un concierto de abono de cualquier orquesta
española lleva aparejada casi siempre el adjetivo de acontecimiento.
De un lado, el maestro madrileño, radicado desde hace años en
Alemania, es una de las batutas más competentes en la dirección
musical de obras de los siglos XX y XXI, de otro, sus programas
siempre son congruentes y plantean diferentes direcciones que van a
concluir en una experiencia estética de gran calado. Ignorado
tristemente por la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS), a cuyo
podio hace demasiados años que no es invitado, la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) contó con él durante la pasada
temporada -proponiendo un intenso abanico de obras de Manuel Hidalgo,
José Luis de Delás y Arnold Schoenberg- y, el pasado viernes 9 de
noviembre, Tamayo protagonizaba, en el Auditorio Manuel de Falla, un concierto de abono de la Orquesta Ciudad de Granada (OCG) integrado por la Pastorale d'été de Arthur Honegger, el estreno que centra estas líneas, Paraíso cerrado II de
José María Sánchez-Verdú, y la transcripción para orquesta de
cuerdas del propio Arnold Schoenberg del Cuarteto de cuerdas nº2.
Sánchez-Verdú no protagonizaba un
estreno en Granada desde que el Festival Internacional de Música y Danza presentase en julio de 2009 el ambicioso concierto-instalación
Libro de las estancias. Paraíso cerrado II, la creación que ahora
traía al músico a la ciudad que contempló sus primeros años de
formación, pudo haber sido una pieza menor, una traslación al
ámbito orquestal de su Cuarteto de cuerdas nº9 'Paraiso cerrado'
(2009). Sin embargo, a medida que daba cuenta del encargo realizado
por el propio Arturo Tamayo, Sánchez-Verdú desbordó los límites
inicialmente previstos para alumbrar una creación completamente
nueva e independiente de la pieza camerística que sirvió de
pretexto original.
Dedicada a la Alhambra, no hay en ella,
como era de preveer, gesto retórico alguno de ese alhambrismo
musical que cincelaron autores como José de Monasterio y Ruperto
Chapí. Paraíso cerrado II toma como pretexto literario algunos de
los fragmentos escritos en los zócalos del monumento pertenecientes
al poeta nazarí Ibn Zamrak. Escrita en cinco partes, nuevamente
conceptos como la caligrafía árabe, efectos sinestéticos y
espacios de sonido muy bien delimitados se asoman a una partitura que
acaricia la media hora y que, bajo su aparente convencionalidad de
formato (orquesta de cámara y soprano), supone un nuevo capítulo en
el apartado más amable de su catálogo (por oposición al más
abiertamente radical y experimentalista que representan otros
trabajos que juegan con conceptos ajenos a la concrección
pentagramática, piénsese en las muy recientes elaboraciones EXITUS (2011) y Castillo interior (2012)).
Todo estreno absoluto comporta mucho de
tanteo de posibilidades. Y estamos convencidos de que Paraíso
cerrado II crecerá en sucesivas interpretaciones. Arturo Tamayo
acentuó magistralmente la desnaturalización instrumental a la que
somete el material el compositor, trabajó con intensidad los sólo
aparentes silencios de una obra pletórica de un puntillismo tímbrico
absolutamente sensual, en las antípodas de la incisividad
darmstadtiana y resaltó, hasta donde era posible, esa espacialidad
del sonido tan cercana siempre al músico y que aquí fue de ribetes
más modestos por la misma presentación 'clásica' de la partitura.
La OCG, tristemente alejada del repertorio actual desde su primera y
recordada etapa con Josep Pons al frente, se mostró no obstante como
un instrumento dúctil, buen traductor de las exigencias de la
composición. Contó además con la solvencia de la pianista invitada
Isabel Puente, excelente conocedora del universo musical del creador
de GRAMMA, Jardines de la escritura (2004/05).
Pese a que no nos parece una creación
mayor de Sánchez-Verdú, acaso por una más acuciada de la cuenta
querencia sciarriniana, quizás por unas expectativas de eclosión
que no se ven cumplidas, quedando revestida toda la partitura de una
cierta laconicidad, Paraiso cerrado II atraviesa momentos
absolutamente magistrales, propios de una de las voces más
inspiradas y casi siempre soberbia de la modernidad musical. Queda en
la memoria el movimiento central, Memoria del agua, de una
equilibrada tensión, el hallazgo de instantes tímbricos de
excepcional sutileza -como ese acercamiento de la trompa al arpa del
piano buscando resonancias en el límite de lo audible- y un
tratamiento vocal que, sin alcanzar las cotas de paroxismo de una
obra genial como la ópera Aura (2007/09) juega con exhalaciones, versos
apenas musitados, canto a boca cerrada y otras exploraciones que se
acomodan en un sendero de sensaciones que parecen no añadir si no
más misterio aún a los epigramas escondidos de la Alhambra. La
soprano Carole Sidney Louis, que tras la pausa, brindó una mórbida
y muy en estilo versión de la citada transcripción del segundo
Cuarteto schoenbergiano, posee una voz de timbre aterciopelado, de
hermoso centro y excelente proyección. Su competencia con la música
contemporánea cada vez nos parece mayor y, de continuar afrontando
retos como este, estamos seguro que acabará despojándose de algunos
tics dramáticos (cierta tendencia al canto hablado...) necesarios
para que su afinidad en este repertorio sea plena.
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