Uno de los proyectos fonográficos de
mayor interés y menor trascendencia en la época actual es el que el
sello muniqués NEOS lleva años manteniendo en torno a la obra
orquestal de Bruno Maderna (1920-1973). Como hiciera con Xenakis en Timpani -a la
espera de una última adición a la serie en Mode Records en 2014-,
el maestro madrileño radicado en Berlín Arturo Tamayo [lea en este mismo blog una entrevista con él] se sitúa al
frente de una empresa que viene a poner en valor el fundamental
legado del que fuera la voz musical más dramática -no diremos
lírica, tampoco amable, pero sí acaso menos experimentalista- de la
Escuela de Darmstadt, cuyos frutos, pese a cierto empecinamiento
posmodernista, nos siguen pareciendo hoy a menudo más atractivos y
comprometidos que buena parte de la creación de ahora mismo.
Habrá quien, escuchando el Concierto
para piano y orquesta (1959) de Maderna, identifique rápidamente
estos pentagramas con cierta estética puntillista, deudora en lo
sonoro de dos procesos compositivos fechados y tajantemente antagónicos: serialismo y aleatoriedad. Buena parte de la
singularidad de esta atractiva pieza la hallamos justamente en la
convivencia de ambos procedimientos. De un lado la organización de
ciertos parámetros ordenados conforme al método serial, de otro el
recurso a espacios de indeterminación análogos a los puestos en
liza por Witold Lutoslawski en su histórica página Jeux venetiens.
En todo caso, y si líneas arriba señalábamos el tono menos radical
de Maderna, este Concierto bien vendría a desmentirnos. En él, el
gran compositor italiano aparca cualquier atisbo de belleza convencional. Estamos
ante una creación en la que se resalta el carácter percutivo del
piano -cuya escritura nos remite fácilmente a la del clave- y en la
que se emplean grupos cortos de sonidos y hay abundancia de notas
aisladas. El breve e ilustrativo ensayo (en castellano) que acompaña
el libreto del álbum habla de la “ascendencia cageana” del piano de Maderna
en esta composición. Diremos más, la similitud también es
aplicable a la desenvoltura del aparato orquestal, por lo que este
Concierto nos parece emparentado con el homónimo que escribiera John
Cage apenas un par de años antes (1957-58).
Obra esta cuya música se despliega
ante nosotros remitiéndonos icónicamente a ciertos trabajos
plásticos de Lucio Fontana con sus hendiduras sobre el lienzo a la
manera de aislados resquebrajamientos del tapiz. El Concierto para
piano -no confundir con uno pretérito, de 1942- pertenece por
vocación al momento más feliz del avantgarde europeo; así
encontraremos clusters emancipados de la discontinuidad, diálogos
febriles entre el teclado y una batería de percusiones que incluye
xilófono y glockenspiel, entre otros y, en fin, una afinidad
indisimulada con la creación de climas fragmentarios, enrarecidos,
en apariencia refractarios a la escucha, lo que paradójicamente hace
la obra tan atractiva. La ejecución de Markus Bellheim, de gran
presencia e idiomatismo, parece desbancar a la que Emanuele Arciuli
registrara en el año 2001 para el sello Stradivarius [puede escucharlo aquí]. Aquella no
disfrutaba tampoco de una toma global, nos hacía vivir la obra muy apegados a los diferentes timbres. La que ahora propone NEOS se nos
antoja por un largo tiempo, definitiva.
Una década después del de piano,
Maderna aborda la redacción de su Concierto para violín (1969). El
tiempo no ha pasado en balde y el estilo se ha hecho menos aguerrido.
Comienzan a apreciarse constantes en su obra. Aquí, el reciclado de
frases tomadas de otras composiciones como Stele per Diotima o
Amanda. Vuelven a abrirse ventanas enteramente aleatorias y la
musicóloga Angela Ida de Benedictis nos informa de la influencia que
tuvieron en esta página las experiencias del músico con la
composición electrónica, pero que sin embargo nosotros no
advertimos fácilmente. La dialéctica entre el solista de violín y
la orquesta es menos intermitente, aunque claramente ambas voces
actúan como sendos individuos que tienden más al enfrentamiento que
a la concertación. La oposición entre ambos es explícita en
algunos pasajes en los que el propio Maderna anota en la partitura: “La orquesta responde brutalmente”. Es, en fin, una pieza
importante que nos ha parecido menos lograda que su predecesora en el
disco. Incrementa su interés el hecho de tratarse de la única
grabación comercial disponible. Su intérprete, Thomas Zehetmair -de
quién conocíamos un formidable disco Mozart junto a Franz Brüggen
en Glossa- denota un gran compromiso con esta partitura exigente. La
Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt, bajo las ordenes del
maestro Tamayo, adquiere una presencia abrumadora y se revuelve en
ambas creaciones como un instrumento acechante que arropa al auditor
en su viaje por estos agrestes y subyugantes paisajes.
Audición: Concerto per violin. Zehetmair. Tamayo (fragmento)
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