Portada del disco. |
John
Zorn (Nueva York, 1953) es uno de esos artistas con una visión totalizadora del
hecho creativo, afín al jazz experimental, donde ha desarrollado el grueso de
su carrera y donde ha obtenido el abrazo de la crítica y el público
especializado. Fascinado por el carácter rupturista de las vanguardias
académicas, lleva años desarrollando una trayectoria paralela como compositor
en este sentido. Una cara B del universo Zorn que nos atreveríamos a decir se
ha vuelto más acuciada en época reciente, sin escorar, ni mucho menos tapar, al
líder de la banda de música judía radical, según Wikipedia, Masada, pero obteniendo obras más redondas, sinceramente mejor trabajadas, también con un indisimulado sentido de trascendencia, una seriedad que
a veces choca con el Zorn amante del collage, precursor del noise y de los efectos electrónicos
aplicados al jazz.
En
algún punto intermedio deberíamos citar sus alucinadas sesiones improvisatorias
al órgano –documentadas siquiera puntualmente en los dos álbumes The hermetic organ, publicados en su propio sello, Tzadik-, donde la influencia del
estatismo de Scelsi se funde con una afán cuasi religioso que mira a Tournemire
y Messiaen con esquirlas tenebristas propias de un Xenakis amén de recursos
tomados directamente de la música cinematográfica. Pero, uno de los últimos
discos publicados por el músico neoyorkino en su discográfica, titulado
genéricamente The Alchemist, nos parece más emblemático de los defectos y
virtudes de su catálogo compositivo.
Si
asistiéramos a una escucha ciega del generoso (20 minutos) cuarteto de cuerdas que da título al álbum improbablemente señalaríamos a Zorn como autor de este denso
fresco fieramente atonal, adicto a los armónicos y minado de silentes rupturas
que resquebrajan una y otra vez el discurso. Pero hay, pese a su asumida
abstracción, esquejes reconocibles: cadencias muy a la mano, rítmicos pasajes en
staccato y hasta varias citas textuales de los primeros acordes de la Grosse
Fuge Op.133 de Beethoven. ¿Está en ese aparente equilibrio entre modernidad y
mirada al pasado la personalidad de su creador? Sí: En ello y en la propia
narratividad a la que aspira esta pieza mayor del catálogo de Zorn.
Iconográficamente,
si atendemos al conjunto de ilustraciones arcaizantes (calaveras y casi ilegible
tipografía medieval incluida) que adornan el digipack en el que se ha estrenado
discográficamente la obra, antes pensaríamos en música antigua o en algún tipo
de crossover, que en los sonidos que alberga en realidad: exacta escritura modernista de
raigambre inequívocamente europea. Simple envoltorio, en fin, como buena parte
de las notas del propio Zorn alusivas a algunos de los títulos que conforman
los diferentes capítulos, que se ofrecen hilvanados, de la partitura: Spectres,
The magical speculum, Conjuring the angels, Purification, etc… todos ellos
derivan de diversos procedimientos ocultistas del histórico astrólogo y
navegante John Dee (1527-1609), cuya figura sirve de inspiración a estos
pentagramas.
Zorn
confiesa que The Alchemist es la obra más compleja y extrema que ha escrito
nunca. Sin embargo, cualquier cuarteto de cuerdas de Lachenmann, Xenakis,
Ferneyhough o Harvey contendrá una mayor profundidad y un manejo del material
más experimental. Con todo, la propuesta del norteamericano constituye un
acierto; la música nos parece bien vertebrada, hay una planificación que se
transmite en la escucha y su efectista dramatismo es convincente.
Los
músicos (Pauline Kim y Jesse Mills, violines; David Fulmer, viola y Jay
Campbell, violonchelo) firman una versión crispada y ágil, efectiva como
primera toma de contacto con la obra [puede escucharla en su integridad, por estos mismos intérpretes, en esta grabación en vivo]. Pero presumimos que The Alchemist puede
dar más de sí. No conocemos la interpretación que de ella hizo el Cuarteto Arditti durante el pasado Festival de Huddersfield, en el marco de un concierto
monográfico dedicado a Zorn. En aquella ocasión además se produjo el estreno de
otro cuarteto suyo, en este caso con voz acompañante, y dedicado a la formación
inglesa: Pandora’s Book, que contó con la presencia de la formidable soprano
Sarah Maria Sun.
El
disco de Tzadik al que venimos refiriéndonos, de una duración (33’)
indefendible, se completa –es un decir-, con Earthspirit, suerte de madrigal
para tres voces femeninas que incide en la voluntad esotérica que alimenta el
disco (que podía haber acogido otro cuarteto precedente, Necronomicon). En este
caso es una poco relevante creación en la que, con todo, valoramos su esmerado
y virtuoso final, especie de melismas que se sobreponen sobre una línea vocal
en ostinato de estética repetitiva.
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