“Eliminar
posibilidades, ir a lo esencial, profundizar en el sonido”, son tres de las
ideas que de manera constante esparce en sus alocuciones el compositor
norteamericano Alvin Lucier, protagonista absoluto del documental Not ideas but in things, un trabajo de Viola Rusche y Hauke Harder, que tras una modesta
exhibición en festivales especializados se ha incorporado, como DVD (en inglés,
sin subtítulos), al catálogo del sello alemán Wergo. Con una performance
de I am sitting in a room, pieza icónica donde las halla de la vanguardia
musical, como hilo conductor de los 90 minutos de metraje, el compositor defiende a lo largo del mismo una y otra vez sus líneas de pensamiento principales,
erigiéndose gustoso como un rara avis, un creador cuyo catálogo parece
siempre empeñado en detenerse ante fenómenos sonoros que percibimos en nuestra
vida diaria pero a los que jamás prestamos atención.
Los primeros fotogramas nos sitúan ante un ensayo de Opera
with objects, en donde Lucier golpea con dos lápices diferentes pequeños objetos para
extraer de ellos su resonancia. “Como a Morton Feldman una vez le dijeron,
alguien podía haber hecho eso; sí pero he sido yo el primero”, cuenta
rememorando una anécdota del compositor de Buffalo. En mitad del complejo
montaje de su obra Sferics, en una reciente interpretación durante una
retrospectiva en La Haya (Holanda), Lucier, ataviado con su habitual cazadora y gorra deportiva, recuerda su
experiencia en Darmstadt. Allí conoció a Luigi Nono, Pierre Boulez y Karlheinz
Stockhausen y de la escucha de sus obras sacó la conclusión de que no estaba
interesado en imitarles. Fue cuando elaboró, en 1965 y gracias al estímulo de John Cage,
Music for solo performer, un insólito estudio sonoro sobre las ondas alfa
cerebrales. “Me pareció de un enorme dramatismo escuchar el efecto que causaban
estas ondas aplicadas a los instrumentos de percusión; yo no tengo que hacer
nada intencionadamente; dejo que las ondas cerebrales hagan la pieza”, dirá. El
documental se detiene entonces en los preparativos y ejecución de la obra, con
la colaboración del asistente del compositor, Nicolas Collins, y siempre –lo que
será una norma en todo el filme- fusionando imágenes de archivo con grabaciones actuales.
Tras detenerse unos minutos en una de sus partituras más
crípticas –Bird and person dyning-, el músico, sentado en su estudio,
arrojará luz sobre su proceder: “A veces me siento como si estuviera en un
bosque, esperando durante horas a ver aparecer un animal; así aguardo yo las
ideas, y cuando por fin surgen no me gusta interferir en ellas, prefiero dejarlas
que se expresen”. Collins, estrecho colaborador suyo, anotará cómo
este “compone siempre con ideas simples muy bien articuladas y, a menudo, con
elementos electrónicos basados en fenómenos que se encuentran en el universo
acústico”. Luego vendrá el repaso a la época –estamos en 1966- en la que, junto
a David Behrmann, Gordon Mumma y Robert Ashley, fundó y giró con el ensemble
Sonic Arts Union, cuyos miembros tenían a Cage como máxima inspiración. Lucier
habla con entusiasmo de Tudor y considera que ninguno de ellos tenía una imagen
clara de las obras que interpretaban en los conciertos; “sólo existía una idea
vaga que descubríamos cómo funcionaba cuando estábamos ante el público”.
Pese a que todo el conjunto del catálogo de Alvin Lucier
parece situarse más comúnmente en la esfera del arte sonoro, él no considera
que su legado sea “una reunión de piezas experimentales” porque, según
confiesa, busca siempre “algo poético, un componente expresivo” en todo lo que
hace. Ejemplo de ello es Vespers, nacida tras un viaje a Venecia, suerte de
esqueje contemporáneo de aquellas obras corales de autores como Gabrieli y Monteverdi.
Esencial por la claridad expositiva que destila durante todo el
filme, el compositor continúa enarbolando su propia doctrina compositiva: “No
estoy interesado en la expresión romántica, sino en la expresividad de los
fenómenos naturales; en descubrir esos fenómenos sonoros”. Porque, para Lucier,
“no hay nada más bello que un río, pero un río no busca ser expresivo, simplemente
lo es”. He ahí una de las colisiones con Cage. “A él le interesaba el modo que
tiene la naturaleza de operar y que, según decía, es aleatorio; a mí también,
pero de un modo diferente” (…) “A Cage no le gustaba mi música porque decía que
era muy simple, una mera exposición de causa-efecto; él prefería poner
obstáculos a los sonidos, yo no”.
La impredictibilidad de esa relación –causa/efecto- es una
de las nociones que más fascinan a Lucier, y la estudiará con profusión en una
pieza como Music for pure waves, bass drums and acoustic pendulums. Uno de los
momentos más emocionantes del documental llegará cuando observamos al compositor
salir de su casa en un día en el que arrecia la nieve para dirigirse a la Wesleyan
University, centro en el que imparte clases desde 1962, y donde le aguardan
un puñado de alumnos a los que les había encargado la elaboración de una pieza sobre tres únicas notas. “La solución más modesta, la más mínima, suele ser la
mejor”, les repite como un mantra.
Con gran concentración le veremos cocinando luego para una
cena casera con unos amigos unos spaguettis con tomate, “una receta tan
deliciosa y simple como lo es mi música”, dirá con humor. Nothing is real, para
piano, tetera amplificada, grabador de cinta y electrónica y Music on a long thin wire serán las próximas paradas del filme, esta última durante una
instalación que el propio Lucier llevó a cabo recientemente en el Museo de Zug
(Suiza). En este centro la cámara observa diferentes preparativos para la
ejecución de obras como In Memoriam Jon Higgins, Panorama y Panorama II (2011) para trece cuerdas y trombón, que se ofrece como estreno absoluto, y de la que se filma un
amplio fragmento. “No sé describir cómo me siento después de un concierto,
tampoco sé que será de mi obra a largo plazo, sólo puedo asegurar que me siento
bien componiendo lo que compongo, sin haberme preocupado nunca de llegar a una
mayor audiencia. Esas cosas sólo están al alcance de autores como Steve Reich o
John Adams, pero si no eres como ellos es un error intentar ser lo que no eres”,
opina.
“Tengo casi 80 años; en el futuro pueden pasar dos cosas.
Que todo lo que he hecho sea olvidado o que sea recordado por un pequeño grupo
de personas; ojalá suceda lo segundo para que mi obra no caiga en el olvido”,
concluirá Lucier, quien antes del fundido a negro todavía elabora una última
disquisición: “Odio que me pregunten por el significado de mi obra. Pregúntenme
por cómo la he hecho, es lo único que sé responder. No hay ninguna idea previa
en lo que hago, las ideas son la carne que el carnicero arroja a los perros guardianes
para mantenerlos ocupados”, dice citando a T. S. Eliot.
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