Ramón Lazkano (1968-)
1.- Hauskor for eight cellos and orchestra (2006) 16:23
2.- Ortzi Isilak for clarinet and orchestra (2005) 14:22
3.- Ilunkor for orchestra (2000-01) 24:08
Cello Octet Amsterdam. Ernesto Molinari, clarinete
Orquesta Sinfónica de Euskadi (Basque National Orchestra)
Johannes Kalitzke, director
Kairos (0012992)
Distribuye en España: Diverdi
La música de Ramón Lazkano ha estado demasiado tiempo fuera del circuito fonográfico. Con la única salvedad de un valioso monográfico en el sello Le chant du monde, su obra apenas si se ha esparcido en recopilatorios con piezas de relativa representatividad. Por eso resulta tan oportuno que su nombre fuera uno de los considerados por el acuerdo entre la Obra Cultural de Caja Madrid y el sello austriaco Kairos. En él se recogen tres composiciones orquestales recientes -el ámbito que mejor maneja el vasco y de donde extrae resultados más personales- todas ellas interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Euskadi dirigida por un especialista en estos movedizos territorios, el alemán Johannes Kalitzke.
La listas nunca son buenas consejeras pero en este caso se me permitirá enarbolar una compuesta por nombres que integran el top five de la composición en España. La única vinculación que existe entre ellos es una cierta coincidencia en la edad (marcados por la década de los 60) aunque de todo punto sería descabellado esgrimir el término generación porque entre ellos no hay libro de ruta común. De esta forma, citados en orden aleatorio, José María Sánchez-Verdú (1968), Alberto Posadas (1967), César Camarero (1962), Carlos Galán (1963) y Ramón Lazkano (1968) estarían protagonizando, cada uno a su manera, desde diferentes y antagónicas posturas estéticas, desde ubicaciones diversas, un momento de auténtico gozo en la música contemporánea (instrumental) española. Por descontado que por atrás y por delante hay muchos otros nombres pero ninguno ha mostrado (excluídos quedan, por si acaso fuera oportuna la salvedad, los totems de la composición de vanguardia) a día de hoy una personalidad definida, un credo sonoro firme con resultados de tanta brillantez musical. A su forma, cada uno de los anteriores creadores configura en sus respectivos catálogos un cuaderno de aventuras propio e intransferible.
La obra de Ramón Lazkano lleva dando alertas de interés desde época muy temprana, cuando su concierto para piano Hitzaurre Bi -escrito a los 26 años- mereció el Premio de Composición Príncipe Pierre de Mónaco. Unos años después era Luciano Berio quien se fijaba en él al otorgarle el galardón Leonard Bernstein -Jerusalén- por sus Auhen Kantuak. Ya que en aquel temprano periodo de su corpus el músico de San Sebastián comenzaba a evidenciar un apego creciente por ciertas cualidades estéticas a menudo relegadas a un segundo plano por otros colegas compositores. Experiencias climáticas relacionadas con la saturación, el silencio y el sonido como valor puro habrán de emparentar, tarde o temprano, su música con la de Helmuth Lachenmann, el más instantáneo referente que puede producir el eco de su trabajo. Sin embargo hay en Lazkano una poderosa voz propia en el cénit de su desarrollo que confiere a sus pentagramas un vestido propio, hecho sí de resonancias lachenmanianas, también con reminiscencias de Gerard Pesson e incluso de Olga Neuwirth, pero con expresiones personales apreciables en la fragilidad de su intrincada gramática, terrosa y pétrea en determinados instantes pero siempre abocada al amenazante vacío del silencio.
Ramón Lazkano
Las asociaciones geográficas referidas a la música de vanguardia casi siempre resultan introducidas con calzador o, cuando no, con absurdas pretensiones de identidad de cariz político pero ante creaciones como las de Lazkano, también de Sánchez-Verdú (ésta con imborrable huella mediterránea), no cabe si no pensar en paisajes fríos del Norte. La música contenida en el nuevo disco de Kairos -cuyas tres piezas pueden escucharse sin solución de continuidad como una imponente trilogía de una orquesta incendiada- hace pensar en un amenazante Cantábrico estallando contra las rocas, nos retrotrae a la imagen perdida en las curvas oxidadas y poéticas de Eduardo Chillida, o nos hace perdernos en los austeros vacíos geométricos de la escultura de Jorge Oteiza, a quien, por cierto, Lazkano viene dedicando una serie de trabajos camerísticos, Igeltsoen Laborategia (Laboratorio de Tizas).
Cada nueva ventana abierta en el catálogo de Lazkano se convierte en un hallazgo que atrapa e inquieta. Así por ejemplo uno de los tesoros que más refulgen en la trayectoria del conjunto sevillano Taller Sonoro es el encargo y posterior estreno de la pieza Egan-2 (2006/07) cuya calidad exige, en el futuro, una mayor difusión. Desde luego la Orquesta de Euskadi marcó un hito en la historia de la música contemporánea española cuando estrenó la ambiciosa Ilunkor (cuya traducción del euskera vendría a definir "algo que potencialmente puede volverse oscuro") en octubre de 2001 en el Kursaal de la capital guipuzcoana. Música que se mueve entre el fortissimo y pasajes en el extremo de lo audible, los 24 minutos que dura la composición (un tiempo muy superior a la inmensa mayoría de las obras actuales que se estrenan en el marco de las temporadas de abono de las orquestas españolas) significan una de las más altas cotas experimentalistas (en el sentido de su lenguaje radical) firmadas por un músico español desde las tempranas creaciones sinfónicas de Luis de Pablo y Cristóbal Halffter.
Sin enmascarar el sonido (a este extremo llegará Lazkano en ulteriores piezas), Ilunkor despliega un apremiante paisaje sonoro instrumental cincelado por una percusión de mano aleteante cuyo reguero se extiende durante todo su recorrido. La compleja trama métrica, la suntosidad de unos metales de burlona querencia bruckneriana, los hirientes hachazos de frenesí orquestal, las dinámicas extremadas y el despojamiento de muchos de sus pasajes sitúan Ilunkor como un logro mayor de su autor, una música que aturde y fascina en idéntica dosis y cuya definitiva versión aquí recogida promete una adecuada internacionalización de una partitura ambiciosa, con sobrados poderes para magnetizar la atención de oyentes ajenos al ámbito castellanoparlante que ahora podrán atenderla.
Comparada con Ilunkor, el “concierto” para clarinete y orquesta Ortzi Isilak (2005) –ejecutado por Ernesto Molinari- puede parecernos más convencional en su discurrir aunque la pieza también ejemplifique el personal proceso de erosión al que somete el material el compositor. Con el referente literario de Nietzche la partitura remite muy libremente, según el autor, al Mahler de la Sinfonía nº3 y al Lachenmann de Zwei Gefühle. Concebida en el umbral del silencio dirá Lazkano que “la idea concertante no es más que el residuo de una situación convencional entre solista y grupo: la relación entre ambos es un juego de sombras recíproco”.
Interesante es propone la audición conjunta de Elogio del horizonte, música para clarinete y orquesta que José María Sánchez-Verdú (en el cedé Orchestral works de Kairos) concibió el mismo año. Comparar ambas, sin ningún ánimo competitivo, permite adentrarnos en dos visiones unilaterales, dos posturas disimiles a la hora de manejar conceptos como el silencio y la estructura, también en ambos parece haber un estímulo por desbaratar la idealidad bien sonante de los instrumentos, aunque en el caso de Lazkano el resultado es premeditadamente más rugoso y crispado.
Donde la huella de la música concreta instrumental que alumbrara Lachenmann es más evidente es en la primera pieza del álbum, Hauskor (2006) para ocho violonchelos y orquesta, a cargo del Cello Octet Ámsterdam. Música ésta hecha a base de incisiones y movimientos sísmicos que desestabilizan constantemente el discurso, sonidos que tienden a la aniquilación y que parte de una disposición del material entrecortado, fragmentado. Estéticamente Hauskor (del euskera, aquello que posee en potencia la cualidad de convertirse en polvo) es la obra más rupturista del trío. El sonido orquestal desgastado y la fusión del ochos chelos, que se confunden con la orquesta, que se ubican en sus entrañas, que nunca adquieren predominancia y que colorean con rumores, siseos y arañazos, da lugar a una creación que estremece por su fiereza y convence en su épico intento de desaburguesar el ámbito sinfónico (sí, aun hoy, bastantes años después de Luigi Nono). Bajo la aparente rigidez de todos estos pentagramas aguarda una de las más visionarias plumas musicales de nuestro tiempo; arte sonoro instrumental de gran calado. ¿Quién osó en pronosticar el fin de la vanguardia?
Audición: Ilunkor (Basque National Orchestra)