Pierre Henry en su Maison. Foto: Marmara/ Le Figaro |
Excusatio non petita: Viajar a París, localizar en el mapa de la ciudad la Rue de Toul y cruzar el umbral de la encantadora casa del legendario cofundador de la música concreta y pionero de la electroacústica Pierre Henry ha de mover, forzosamente, sentimientos y sensaciones del todo personales. No es el tono de este espacio web ni tampoco su pretensión (por más que la crítica musical sea siempre irremediablemente subjetiva) pero permítaseme este exordio para justificar las siguientes líneas.
Impresiones: A las 17.00 horas del martes 20 de octubre de 2010 sólo cierta actividad visible a través del gran ventanal daba idea de que allí mismo, justo una hora después, iban a abrirse las puertas de la casa-estudio (Son-Ré) que desde hace más de 50 años ocupa Pierre Henry. No es la primera vez que su hogar se convierte en un pequeño auditorio, en una gran mansión resonante. Esta era la séptima ocasión en la que el maestro francés invitaba a sus seguidores a descubrirle en su ámbito más íntimo. En 1996 propuso en ella el estreno de su fantástica creación Intérieur/Extérieur. Luego, en 2002 repitió la iniciativa con ocasión de la presentación de Drácula, y en 2005 volvería a hacerlo para dar a conocer la pieza Voyage iniciatique. En 2008 sería la obra Miroirs du temps la que centraría otra tanda de 22 conciertos y en 2009 insistiría en hacer de su casa un auditorio con Dieu, poema sonoro sobre textos de Víctor Hugo.
Se desconoce a dia de hoy si el más que octogenario Henry, quien dirigió la difusión de sus obras desde su inmensa mesa de sonido, con gesto visiblemente cansado, volverá a tener ánimos para enrolarse en el futuro en un proyecto como éste: tardes enteras recibiendo el cariño y la admiración de un público entregado pero cuya atención ha de agotar forzosamente la salud. Hay quienes especulan que esta serie de conciertos (que finalizan el día 30 de este mes) suponen también la despedida de Pierre Henry de la actividad pública, idea que no obstante conviene poner en cuarentena. Baste recordar que el compositor francés viajó a Noruega a comienzos de este mes de octubre para inaugurar el Festival Última de música contemporánea de Oslo.
Sea como fuere lo que sí parece fuera de toda duda es la intención de Pierre Henry de que en el futuro, su casa se convierta en su fundación, en su museo (no en vano está repleta de sus obras plásticas concretas), en fin, su deseo de que siga sonando y resonando constituye un proyecto tan feliz como inédito que permitirá que las generaciones venideras continúen asomándose a la música fascinante e inquieta del autor de las Variaciones para una puerta y un suspiro.
La excusa para volver a concitar a su público la daba en esta ocasión la aparición de un volumen, lujosamente editado por Fage -valga el tópico-, titulado, a las claras, La Maison de sons de Pierre Henry, obra eminemente fotográfica de Geir Egil Bergjord que documenta a lo largo de casi 200 páginas los inabarcables meandros de una gran casa repleta de arte y de sonidos, una profana meca de la música electrónica. Completan la publicación una breve e ilustrativa colección de textos (únicamente en francés) y un cedé que alberga tres de las obras que sonaron en estos programas (Phrases de quatour -2000-, Miroir du temps -2008- y Envol -2010-) más Capriccio (2009).
Collages y ensamblajes de todo calibre se atesoran a lo largo de las tres plantas de una Maison en la que la pasión por la música se entremezcla con el arte (algo que se advierte en la observación de los libros de su profusa biblioteca) y en donde las obras de Henry -con personalidad propia pese a los vagos ecos de los pequeños montajes de Kurt Schwitters que puedan suscitar- confieren al lugar una poderosa imantación: No se quiere salir de allí y, en cualquier caso, existe un deseo inevitable de que las puertas de la casa no se cierren nunca. Su hogar en sí mismo es ya una obra de arte, un lugar de encuentro con una parte importante, esencial, de la historia de la música del siglo XX.
Tanto Bernadette Mangin como Étienne Bultingaire -históricas colaboradoras de Henry en tareas de asistencia musical, ingeniería de sonido y espacialización- recibían a los asistentes con una sincera sonrisa prestas a explicar cualquier pormenor sobre el lugar y sobre la música. Junto a ellas un competente equipo de ayudantes que velaban, ante todo, por cumplir un precepto: La Maison de Sons no es una invitación a contemplar obras plásticas mientras se oye música, no se trata de una hogareña instalación sonora ni de un chill-out académico. La Maison de Sons es una forma de concierto. A la hora referida todos los asistentes habían de encontrar un lugar para sentarse y permanecer quietos, en silencio, oyendo lo que la música de Pierre Henry tiene que contar y cuyos significados nos eran expuestos por las decenas de altavoces diseminados por la casa en un alarde técnico que nos hacía partícipes de una forma de espectáculo semiciego y de enorme concentración. Una vez más la música electroacústica volvió a erigir al altavoz en imponente y perfecto intérprete de un universo sonoro que parece haber surgido en otra dimensión. Así lo quiere Henry, quien en el documental de Eric Darmon y Franck Mallet, The art of sounds, afirma sentirse igualado con un intérprete de violín o piano, él lo es de los sonidos electrónicos y exige atención y silencio, manteniéndose así parcialmente intacto el ritual del concierto clásico.
En la segunda planta y sin aforo ante él Pierre Henry, suscitó antes y después miradas de intensa admiración. Era él, el cofundador de la música concreta, el que soñó un día e hizo realidad al otro -siguiendo los preceptos de Pierre Schaffer- la posibilidad de una nueva música. Cansado tras el concierto, sentado en un margen de la habitación, tuvo la serena paciencia de firmar discos y libros y hasta de cruzar alguna palabra de agradecimiento. La dedicatoria que no sin cierto pudor me llevé de su álbum Voyage iniciatique era casi lo de menos, lo de más, contemplarle, tan elevado en su genialidad, tan activo e inquieto en la creación de nuevas obras (la última, Envol, de este mismo 2010, de ayer mismo como quien dice). Un fugaz cruce de manos puso el broche a mi estancia en la Maison. No padezco mitomanía pero sí rendida admiración y cariño por quien tantas horas de felicidad me provee con sus obras.
Sonidos: Dos conciertos (a las 18.00 y a las 20.30 horas) eran la oferta de esta nueva apertura de puertas, acaso el primero más completo y plural que el segundo, pero en cualquier caso insustituibles ambos. Comenzó el primero de menor a mayor intensidad sonora, pasó del acadecimismo al techno sin que a los altoparlantes (¡qué maravilloso término portugués para designar a los altavoces!) les temblara el pulso, trazó un recorrido desde un mayor apego por el gesto concreto a la música electrónica pura.
La sesión comenzó con Phrases de quatuor, un puzzle abstracto, una especie de autoretrato imaginario a través de uno de los compositores que más han marcado a Henry, Franz Schubert. Como viene siendo habitual en sus obras de los últimos 15 años, el francés se apropia de músicas pretéritas -aquí el Quinteto para cuerdas de 1828- para dibujar un evocador fresco sonoro de voz queda en la que un grito (con reminiscencias del Wozzeck bergiano) rompe un clima clásico en el que se suceden frases de otros autores como Ravel, Franck y Debussy.
Otro homenaje, esta vez sin citas explícitas, es el que realiza en Miroir du temps. Olivier Messiaen estaba en el pensamiento de Henry cuando en 2008 compuso una pieza que evoluciona con sonidos de timbre más instrumental que electrónico, como si quisiera acercarse al mundo de las notas clásicas. Ecos de lo que podría parecer el sonido de un piano preparado y sutiles pero constantes cambios de tiempo cincelan una música hermosa pero bastante más hermética de lo acostumbrado en Pierre Henry. Su apego aquí a la no manipulación excesiva de los sonidos le emparentan por un momento con las obras electroacústicas de Karlheinz Stockhausen.
Finalizó el primer concierto con la sorprendente Envol, obra compuesta con ocasión de esta serie de conciertos y cuya difusión en la Maison difiere notablemente de la versión registrada en cedé cuya audición proponemos acompañando esta entrada. Ya se advierte sobre el papel una variación en la duración -de los 27 minutos de la ofrecida allí a los casi 14 de la versión del disco-. Lo esencial permanece, pero Henry ofreció no obstante una versión más jugosa, más heterodoxa, de la que decidió incluir en la grabación. Envol es "un poema musical de estilo lúdico" nos dice el compositor, y eso lo percibimos desde un titubeante inicio que da lugar a una música menos concentrada que las dos piezas anteriores, de una mayor brillantez tímbrica y que, 'en el directo', acaba convirtiéndose en un emotivo homenaje al célebre Psyche Rock de la Messe pour le temps present (1967) que tanta notoriedad en el ámbito popular le dio. Está aquí el repiqueteo constante de las campanas y algunos de los sonidos más característicos de aquella legendaria pieza cuyo recuerdo en Envol hace concluir la escucha con una abierta sonrisa.
Tras una pausa de casi 90 minutos antes de la segunda sesión en la que se regeneró el público -que prefirió quizá espaciar en dos días la asistencia a ambas propuestas sonoras- el segundo concierto arrancó con la pieza más antigua de las seleccionadas por el músico, Gymkhana (1970), paráfrasis polifónica de otra obra, retirada de catálogo, Noire á soixante escrita para una plantilla instrumental. Se trató de la creación más adusta de todas, una procesional música que atrapa al oyente a través de una sucesión de sonidos secos y repetitivos que son ligeramente transformados por la electrónica
Drácula 2010 es un nuevo acercamiento al mito vampírico según Pierre Henry después de su primera versión del año 2002. Aligerada, al igual que Envol, de duración (de 52 minutos pasa a 38), el músico parece hibridar el vampiro de Bram Stoker con los chupasangres urbanos del filme The hunger (Tony Scott, 1983). Su obra nace en los Montes Cárpatos, con la cacharrería orquestal de la Obertura de El oro del Rin wagneriano acechando. Atendemos pisadas, chasquidos, crujidos de puerta, respiraciones excitadas, pájaros, animales violentados y, de repente, se abre una puerta por la que entra un ventarrón que trae, sin complejos, rock y techno, una secuencia que bien podría haber firmado Christian Marclay pero que, sin embargo, ha sido creada por la mente exultantemente joven y a contramano de la Academia de Pierre Henry. Es el suyo un acercamiento arrebatadoramente personal al mito y mantiene un nivel tan alto que lo emparenta con otro soberbio acercamiento a Drácula/Nosferatu, el que hiciera desde la orquesta sinfónica el compositor José María Sánchez Verdú en 2002-03. Dos murales sonoros de antagonistas estéticas y medios que suponen a la par dos suculentas e intrigantes invitaciones a la escucha en la oscuridad.
Olor: Toda la Maison emanaba un olor característico, una fragancia nunca percibida por quien esto firma que ayudaba aun más si cabe junto con los otros sentidos (la visión, la audición) a triplicar la experiencia de estos conciertos. Finalmente pude comprobar que el origen del aroma provenía de una serie de velas ubicadas en cada una de las estancias. Fenouil sauvage, de Diptyque. Movido por la idea de reproducir en lo posible la experiencia vivida en el hogar de Henry localicé la vela en París. No diré, por pudor, su precio. Su perfume acompañará siempre futuras audiciones. Y estoy seguro de que en muchas casas de aficionados a la sensacional obra de Henry también se respira esta aromática hierba de la Provenza francesa.
Audición: Envol (2010)