Portada del disco. |
Retomamos la actividad de este espacio para las nuevas músicas con la recomendación de una sorprendente grabación aparecida hace meses en el sello inglés Finders Keepers, especializado en música vintage eminentemente pop y cinematográfica. Con todo, en su catálogo pueden hallarse apetecibles publicaciones -lamentablemente la mayor parte de ellas sólo en LP- centradas en pioneros de la electrónica como Pierre Henry, Henk Badings, Harry Partch, Otto Luenig y Vladimir Ussachevsky. También puede adquirirse una esmerada reedición del score de culto que Andrzej Korzynski compusiera para el controvertido filme Possession (1981) de Andrzej Zulawski.
Pero nos fijaremos en la fascinante recuperación de tres originales y muy bien conservados trabajos del belga Karel Goeyvaerts (1923-1993) –presentados por primera vez en 1977 en el sello Alpha Brussels-, nombre fundamental del prestigioso Instituto para la Psicoacústica y la Música Electrónica de Bélgica (IPEM), donde desarrollo una intensa carrera en el campo de la música experimental. Sin embargo, con la perspectiva del tiempo, la obra de Goeyvaerts ha quedado marcada por su no menos dilatada dedicación a la práctica serialista. Despachado a la ligera en algunas monografías sobre música del siglo XX como un autor eminentemente ‘académico’, el aprecio de su legado parece haber quedado reducido al minoritario ámbito de estudiosos y devotos de las vanguardias históricas. Algunas de las partituras que integran su ciclo Kompositionen (1949-1990), se encuentran entre las creaciones más refinadamente musicales de las nacidas al albur de la práctica serial, al igual que la Sonata para dos pianos (1950-51). También resulta plenamente reivindicable su tentativa operística, Aquarius (1983-92), suerte de oratorio de resonancias místicas configurado por una reunión de piezas de diferente formato no lejos de puntuales concomitancias formales con la serie Licht de Karlheinz Stockhausen.
Tras un periodo alejado de la composición, en 1970, y en el marco de trabajo del IPEM, Goeyvaerts tornó a mostrarse como un compositor de rotunda impronta minimalista, estética que el compositor nunca entendió como enfrentada a la música serial, pues ambas formas de creación las entendía como maneras de exponer una ‘música estática’. Precisamente uno de los primeros encargos que afrontará en el IPEM será la elaboración de la partitura que inaugura el disco que nos concita: Pour que les fruits mûrissent cet été (1975). La música medieval y renacentista ha atraído puntualmente a compositores del avantgarde –se piensa inmediatamente en la Music for Renaissance Instruments (1967) de Mauricio Kagel-, y también lo hizo a Goeyvaerts, quien dedicó la pieza al pionero grupo de interpretación histórica Florilegium Musicum de Paris (autores de esta grabación).
Obsesionado con la rítmica medieval y con la arcaica sonoridad de los instrumentos de época, el belga crea una insistente fresco sonoro repetitivo sobre el que se va imponiendo una gélida onda sinusoidal que no perturba el procesional sonar de los instrumentistas, como presos de un ritual que parece inacabable. Como ‘misticismo dark’ ha definido algún crítico la segunda obra del álbum, Ach Golgatha (1975). En todo caso, los parámetros estéticos no cambian con respecto a la propuesta precedente. Estamos nuevamente ante una larga e impenetrable pieza minimal que basa su motto en la repetición ad eternum y sutil metamorfosis del patrón rítmico del recitativo del mismo nombre de La pasión según San Mateo de Bach. Escrita para un nutrido conjunto de percusión (que incluye membranófonos e instrumentos de metal y madera), órgano y arpa, la partitura deja abierta la longitud y la afinación de los instrumentos de percusión, pudiendo ser elegida cualquier combinación en este campo. Más oscura y densa que la composición inaugural del disco, Ach Golgatha, deviene en una ferozmente estática composición en donde no se establece ningún diálogo instrumental, siendo abandonado cada músico a la pertinaz y puntillista intervención que se le ha adjudicado. Aunque hay en ella un cierto patrón melódico será su carácter rítmico el que quede impreso en la memoria del oyente.
Dos años anterior es Op acht paarden wedden (Betting on eight horses), escrita para celebrar los primeros diez años del IPEM, una creación enteramente electroacústica cuya fisonomía responde idealmente a los principales patrones estéticos que caracterizarían las obras concebidas en el fundamental laboratorio de Gante (por donde pasaron autores tan diversos como Ricardo Mandolini, Lucien Goethals, Louis de Meester y Helmut Lachenmann, entre muchos otros). La de Goeyvaerts parte de la concurrencia de ocho cintas de la misma duración cada una de ellas con sonidos de diferente procedencia: cuatro con material puramente electrónico, tres con registros vocales y una con grabaciones de instrumentos acústicos. Estos ingredientes son manejados por Goeyvaerts de modo bastante más musical a la praxis habitual de sus colegas belgas; en lugar de primar la confrontación ruidista de los materiales o de operar mediante la exposición de sonidos poco manipulados, el compositor cincela una intrincada página de ecos espaciales en su primera mitad –nos parece especialmente indicada su escucha en un planetario-, y en la que se transmite una generalizada sensación de inquietud, de perenne expectación. Un incómodo drone comenzará después a asfixiar y emborronar toda la exposición llevándonos de esta forma a una conclusión difuminada que linda más con el ámbito del industrial. Su desarrollo, alejado de la estética de las obras precedentes, vuelve a hablarnos del enorme talento creativo de un autor cuyo nombre aguarda ser reivindicado.