Tomás Marco (1942-)
1.- Sinfonía nº2 'Espacio cerrado' 15:16
2.- Sinfonía nº9 'Thalassa' 24:25
4.- Sinfonía nº8 'Gaia's dance' 22:17
Orquesta Filarmónica de Málaga. José Serebrier, director.
Naxos (8.572684)
Audición: Sinfonía nº9 'Thalassa' (1º Movimiento: Nun)
Pocos compositores existen dentro de la moderna música española más en entredicho por cuestiones ajenas a lo musical que el madrileño Tomás Marco (1942). Su extensa biografía, jalonada de importantes puestos de poder musical, su prolífica vena ensayista (con varias referencias en libros de divulgación sobre música del siglo XX), la obtención de innumerables reconocimientos en forma de distinciones y su amplio catálogo de obras musicales, en todos los géneros y formatos, y realizadas en su mayoría a respuesta de generosos encargos de orquestas, grupos de cámara, festivales, instituciones, centros de arte, etc… le han situado (y le sitúan...) en un puesto protagónico que le ha granjeado ser pasto, en ocasiones, de una crítica más feroz de la que merecen otros colegas.
También la propia estética musical de Marco ayuda a calentar el debate en torno a su obra. Moviéndose dentro de unos parámetros de cómoda modernidad, la suya, en época reciente, es una música de pétrea fisicidad, edificios marmóreos de innegable atractivo tímbrico que no renuncian a la búsqueda indisimulada de la comunicación con el oyente por vías secundarias como el ritmo y los enganches programáticos. En su música habitúa a conjugarse una suerte de extravagante neotonalismo en el que caben episodios más claramente indagativos, secciones de querencia minimalista y una ampulosidad muy bien remachada que fluye sin artificios. Hay algo también descaradamente naïf en buena parte de su obra y, en todo caso, es su capítulo orquestal –conjuntamente con sus primeras y experimentales experiencias de teatro musical y su musicalmente brillante ciclo de Cuartetos de cuerda [puede escuchar aquí el segundo, Espejo desierto]- lo mejor de un corpus sonoro que desmerece en la música pensada para instrumentos solistas (por convencional y ¿nacionalista?) y en la ópera (donde el excesivo apego al texto (Segismundo) acaba lastrando singulares edificios tímbricos como la reivindicable El viaje circular)
Ahora el sello Naxos, en lo que parece una publicación aislada (no se indica por ninguna parte que el cedé forme parte de ninguna integral) ha publicado un álbum que alberga las Sinfonías 2, 8 y 9 en interpretación de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) dirigida por el uruguayo José Serebrier. Producción que parece pensada exclusivamente para esta edición, por cuanto que el conjunto sinfónico no ha tocado estas obras ante el público ni tampoco formaron parte del Ciclo de Música Contemporánea de la OFM que, en 2010 (año de este registro), estuvo dedicado a la figura de Tomás Marco.
También la propia estética musical de Marco ayuda a calentar el debate en torno a su obra. Moviéndose dentro de unos parámetros de cómoda modernidad, la suya, en época reciente, es una música de pétrea fisicidad, edificios marmóreos de innegable atractivo tímbrico que no renuncian a la búsqueda indisimulada de la comunicación con el oyente por vías secundarias como el ritmo y los enganches programáticos. En su música habitúa a conjugarse una suerte de extravagante neotonalismo en el que caben episodios más claramente indagativos, secciones de querencia minimalista y una ampulosidad muy bien remachada que fluye sin artificios. Hay algo también descaradamente naïf en buena parte de su obra y, en todo caso, es su capítulo orquestal –conjuntamente con sus primeras y experimentales experiencias de teatro musical y su musicalmente brillante ciclo de Cuartetos de cuerda [puede escuchar aquí el segundo, Espejo desierto]- lo mejor de un corpus sonoro que desmerece en la música pensada para instrumentos solistas (por convencional y ¿nacionalista?) y en la ópera (donde el excesivo apego al texto (Segismundo) acaba lastrando singulares edificios tímbricos como la reivindicable El viaje circular)
Ahora el sello Naxos, en lo que parece una publicación aislada (no se indica por ninguna parte que el cedé forme parte de ninguna integral) ha publicado un álbum que alberga las Sinfonías 2, 8 y 9 en interpretación de la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) dirigida por el uruguayo José Serebrier. Producción que parece pensada exclusivamente para esta edición, por cuanto que el conjunto sinfónico no ha tocado estas obras ante el público ni tampoco formaron parte del Ciclo de Música Contemporánea de la OFM que, en 2010 (año de este registro), estuvo dedicado a la figura de Tomás Marco.
Decíamos, las Sinfonías de Marco vienen conformando uno de los corpus musicales más personales y de mayor singularidad de la moderna música española. Dentro del capítulo orquestal, el madrileño ha escrito piezas de enorme envergadura, singularmente Escorial (1974) y Pulsar (1986). Resulta curioso comprobar cómo en su creación sinfónica –que alberga ya nueve partituras- la evolución no se mide con el mismo rasero que funciona en el análisis del conjunto de su catálogo. No se pretende decir con ello que el Marco sinfonista permanece inamovible desde la Primera ‘Aralar’ (1976) a la última, hasta la fecha, la Novena ‘Thalassa’. Antes al contrario el propio autor insiste en la definición de cada una de ellas en poner el acento en tal o cual aspecto diferencia. Sin embargo recorre estas nueve creaciones una sonoridad, diríamos equilibrada, homogénea. No se aprecian grandes saltos estéticos y, contra lo que pudiera parecer, tampoco hay asomo de rigidez formal y reiteración en la escucha. Se trata de una música que puede ser visceralmente rechazada por su desapego de la gramática de vanguardia como por su reiterada voluntad de no incurrir en un peligroso lodazal de clichés posrománticos y trilladas fórmulas neoexpresionistas (piénsese en Rautavaara, MacMillan o los más cercanos y muy grises sinfonistas Jesús Torres y David del Puerto).
En fin,
la creación sinfónica de Marco entronca con algunas de las mejores
páginas que en este formato se han creado en España (a nivel internacional podríamos establecer cierto parentesco, a escala, con el desmedido corpus sinfónico de Leif Segerstam). Podríamos afirmar
que las suyas, junto con las respectivas de Ramón Barce y Joan Guinjoan,
se sitúan entre lo más granado que los compositores españoles han
aportado al género en la segunda mitad del siglo XX, primera del siglo
XXI.
Tomás Marco en la Plaza Mayor de Madrid. |
Marco es reconocible en cada página, en cada esquirla de sus Nueve Sinfonías. Lo prueba este mismo álbum que recoge creaciones que van de 1985 a 2009. No cabe duda que estas tres obras vienen firmadas por un mismo autor, enfrascado en la voluntad de dotar a sus obras de una fluidez admirable que no siempre encuentra su correlato en una expresión acertada, bordeando en ocasiones una evidencia pictórica, una innecesaria insistencia en la explicitación de los presupuestos compositivos. Sucede así en la menos interesante de las tres Sinfonías recogidas en el disco, la número 8, subtitulada Gaia’s Dance, del año 2008. Interrelaciona Marco en este trabajo elementos de danza de todo el mundo como un elemento unificador de las culturas. Por ello, el primer movimiento -Gondwana- es conducido por el instrumento de percusión africano, djembé, el segundo -Laurasia- clarifica las texturas y se centra en el subrayado de elementos tímbricos (cercanos a la música de la órbita oriental) y el tercero, recapitulador, son dos baterías los que concitan el momento actual a través de una conclusión torbellinesca, excesiva, decibélica. Opera aquí el Marco atraído por los grandes formatos y la masa orquestal. El resultado convence parcialmente, funciona como música de impacto (en la manera en la que igualmente funcionan las torrenciales y epidérmicas producciones orquestales de un Jón Leifs), pero no deja poso. Simplemente sucede.
La ulterior Sinfonía nº9 ‘Thalassa’ (2009) posee igualmente un ánimo descriptivista, en este caso del mar, imagen que Marco ya ha convocado en composiciones como Laberinto marino y Concierto del agua. Hay en ella una reconocible cita que Martín Códax (siglo XIII) compuso para la cantiga Ondas do mar de Vigo. Pero Marco no la emplea de la forma belicosa y contrastante habitual en el recurso de la referencia a la música pretérita de un Cristóbal Hálffter. El compositor acumula efectos instrumentales y dota de una acuosa fluidez (valga la adjetivación en base a la premisa de la obra) a una partitura densa, recorrida por leitmotivs, cuya masa sonora es movida con una naturalidad subyugante. Sus dos movimientos –Nun y Okéanos- se hilvanan creando un fresco mural de casi 25 minutos en el que se crean lagunas de suspensión tonal y otras en las que la melodía antigua, expuesta fragmentariamente y con querencia repetitiva, sacude el discurso, creando la sensación de, como si estuvieramos en medio de las mismas olas, estar siendo mecidos auditivamente por una música que, casi siempre, parece un reflejo agitado de sí misma.
Inaugura el cedé la más temprana Sinfonía nº2 ‘Espacio cerrado’ (1985) [obra que puede escucharse en el siguiente enlace de YouTube en una temprana grabación a cargo del siempre reivindicable José Luis Temes). De moderada duración (alrededor de 15 minutos), la pieza entronca con el gusto del madrileño por la composición en bloques expresada años atrás en su magistral Escorial. La Segunda de Marco es un estudio sobre “un tiempo circular que acaba por delimitar un espacio cerrado”. Obra más abstracta en su desarrollo y conceptual en su punto de partida, arranca con unos chocantes estallidos que plantean un clima sofocante y opresivo que habrá de mantenerse hasta la conclusión.
En todos los casos, la prestación de la OFM y la batuta de José Serebrier es plenamente convincente, así como también lo es el difícil equilibro sonoro entre los diferentes planos que obra la labor técnica de Javier Monteverde. Lástima que, como indicábamos, no parezca este el punto de partida de la integral sinfónica de Tomás Marco si no un aporte más a la, por lo general, bastante mediocre colección ‘Spanish classics’ de Naxos.
La ulterior Sinfonía nº9 ‘Thalassa’ (2009) posee igualmente un ánimo descriptivista, en este caso del mar, imagen que Marco ya ha convocado en composiciones como Laberinto marino y Concierto del agua. Hay en ella una reconocible cita que Martín Códax (siglo XIII) compuso para la cantiga Ondas do mar de Vigo. Pero Marco no la emplea de la forma belicosa y contrastante habitual en el recurso de la referencia a la música pretérita de un Cristóbal Hálffter. El compositor acumula efectos instrumentales y dota de una acuosa fluidez (valga la adjetivación en base a la premisa de la obra) a una partitura densa, recorrida por leitmotivs, cuya masa sonora es movida con una naturalidad subyugante. Sus dos movimientos –Nun y Okéanos- se hilvanan creando un fresco mural de casi 25 minutos en el que se crean lagunas de suspensión tonal y otras en las que la melodía antigua, expuesta fragmentariamente y con querencia repetitiva, sacude el discurso, creando la sensación de, como si estuvieramos en medio de las mismas olas, estar siendo mecidos auditivamente por una música que, casi siempre, parece un reflejo agitado de sí misma.
Inaugura el cedé la más temprana Sinfonía nº2 ‘Espacio cerrado’ (1985) [obra que puede escucharse en el siguiente enlace de YouTube en una temprana grabación a cargo del siempre reivindicable José Luis Temes). De moderada duración (alrededor de 15 minutos), la pieza entronca con el gusto del madrileño por la composición en bloques expresada años atrás en su magistral Escorial. La Segunda de Marco es un estudio sobre “un tiempo circular que acaba por delimitar un espacio cerrado”. Obra más abstracta en su desarrollo y conceptual en su punto de partida, arranca con unos chocantes estallidos que plantean un clima sofocante y opresivo que habrá de mantenerse hasta la conclusión.
En todos los casos, la prestación de la OFM y la batuta de José Serebrier es plenamente convincente, así como también lo es el difícil equilibro sonoro entre los diferentes planos que obra la labor técnica de Javier Monteverde. Lástima que, como indicábamos, no parezca este el punto de partida de la integral sinfónica de Tomás Marco si no un aporte más a la, por lo general, bastante mediocre colección ‘Spanish classics’ de Naxos.