20 mar 2013

Carmelo Bernaola, 'Piezas caprichosas', 'Sinfonía nº2', 'Fantasías'...


Audición: Sinfonía nº2. Tiempo III: Repetitivo
 

Culmina la Orquesta Sinfónica de Euskadi y el sello suizo Claves su colección dedicada a los compositores vascos con un volumen número 15 dedicado a Carmelo Bernaola (1929-2002), figura clave de la música avanzada en esta región junto al ya retratado en esta serie Luis de Pablo –ambos, exponentes de la Generación del 51-. Han quedado fuera, presumimos más por imposibilidad presupuestaria que por desinterés, la perfilatura fonográfica en este ciclo de otros dos sobresalientes músicos de plena modernidad como son Félix Ibarrondo y Ramón Lazkano

A pesar de lo poco transitado –en grabaciones, que llegan con cuentagotas; en el concierto, donde la programación de su música es prácticamente inexistente fuera del ámbito geográfico vasco, donde se da poco más que testimonialmente- Bernaola es uno de esos selectos compositores que representan lo mejor que ha dado España en materia de creación artística en el último tercio del siglo XX. Su biógrafo, José Luis García del Busto, señala en un estudio sobre el autor cómo éste, siempre  al margen de los centros de ‘poder’ musical, andaba algo cansado al final de su vida de esos tópicos que, de un modo u otro, sobrevolaban pertinazmente su figura: vasco, gordo, listo, cordial, campechano, simpaticote, amigo de cineastas y pintores, dado a los placeres de la buena mesa, forofo del Athletic de Bilbao y autor de la música de la serie, muy popular en la Televisión Española de los 80, Verano azul. Temía Bernaola que tal acúmulo de adjetivos acabaran imponiéndose a su obra en el tiempo.

A reparar en algo una pequeña pero esencial parte de su catálogo viene el registro que reseñamos. Un disco esencial para todos los amantes de la poesía sonora bernaoliana por cuanto que en él se recoge una obra de la importancia de la Sinfonía nº2 (1980), la última composición de su catálogo [aquí puede oír una versión de autoría desconocida], a cuyo estreno en Granada ya no pudo asistir, Fantasías (2001) y una creación concertante ambiciosa y muy significativa de su posicionamiento estético, las Piezas caprichosas (1997). Todo ello prologado por la nada circunstancial Fanfarria-Preludio (1995). Uno de los directores que mejor conoce su música, Juanjo Mena, es el encargado de dirigir a la formación sinfónica vasca con el concurso en una de las obras de la vigorosa violinista Leticia Moreno.

Moreno es quien, justamente, se hace cargo del enorme peso que sobre su instrumento hace recaer Bernaola en las Piezas caprichosas, obra escrita a petición del director Odón Alonso, en el que el violín ejerce de motor de una pieza en la que la orquesta nunca es utilizada en tutti. A pesar de unos primeros instantes en los que el virtuosismo de la escritura para el solista hacen pensar en una cierta convencionalidad, la partitura –que alcanza los 25 minutos- pronto comienza a serpentear entretejiendo fascinantes nudos polifónicos entre el sonido del violín y el tejido instrumental. El trabajo tímbrico, tan caro a Bernaola, resulta exquisito y aquí y allá se reparten fogonazos de enorme personalidad que se disponen en un entramado armónico ondulante, tendente al estatismo y en el que el discurso parece quedar repentinamente atrapado en celdas que asfixian al material provocando la reiteración de breves series de acordes, procedimiento al que no escapa el irrefrenable magma sónico que brota de un violín solista que, como era gusto del autor, no rehuye jamás de su carácter cantábile. La exposición de un muy cinematográfico motivo en el arpa y el violín y el persistente ostinato que comienza en la caja unos siete minutos antes de la conclusión de la página mueve el enfoque musical hacia un terreno más inestable, agreste, hasta agrio en los metales, un final enormemente satisfactorio que hace de estas Piezas caprichosas una de las páginas más sobresalientes que, para violín y orquesta, se han escrito en España en los últimos 50 años. 


El recurso del repetitivismo encuentra en el compositor vasco un acomodo absolutamente extraordinario y de una originalidad sin parangón en la escena musical contemporánea. Sin adscribirse nunca al minimalismo escolástico, sorprende que un autor que cultivó de tan esmerada manera el serialismo y hasta la aleatoriedad, utilizara en sus dos últimas décadas creativas la repetición casi como santo y seña de su posicionamiento estético. Lo encontramos ya en la 17 años más temprana a la anterior partitura, Sinfonía nº2, fechada en 1980. Dividida en cuatro movimientos (Comienzo, Tranquilo, Repetivivo y Final) es en el tercero de ellos donde la repetición deja de ser un ingrediente más de la cocina bernaoliana para convertirse en sustento principal, en concepto eje sobre el que elabora el tercer tiempo de una obra que supera en inventiva a la estricta Sinfonía en Do (1974), que hoy nos parece una música más fechada, y cuyo único registro disponible es la deficiente grabación que publicara años atrás el sello de RTVE-Música.

Transcribimos aquí por su interés unas notas del propio compositor que el musicólogo Antonio Iglesias recogió en su estimable monografía sobre el músico –hoy inencontrable- y que editara Espasa-Calpe en 1982: “Comienzo presenta el régimen sonoro y la manera “de ser” que existe en el conjunto del trabajo; Tranquilo, en su comportamiento formal, parte del ‘concerto grosso’ del barroco, estableciéndose un diálogo con el tutti y un grupo de instrumentos solistas-concertino, integrada por el flautín, corno inglés, clarinete bajo y contrafagot; en el Repetitivo, una cédula melódica se repite perpetuamente durante este entero momento –serán las violas su esencial soporte-, en tanto diversos materiales, derivados de la cédula primitiva, se le superponen en diversos órdenes de referencia, en distintos cánones, en movimientos directos o contrarios, cancrizantes, etc.; el Final posee un evidente sentido de gran cadencia que se cierra mediante un juego instrumental combinatorio, y puede decirse que esta cuarta sección de la Sinfonía nº2 es consecuencia del ‘núcleo’ de partida, que hace sonar el tutti en el arranque. Un sexteto de cuerda (dos violines, dos violas, y dos violonchelos), situado detrás de la orquesta –cuerda de resonancia-, inicia, une los espacios entre las secciones y suena aun después de haber finalizado la orquesta; podría decirse que es el soporte de la propia orquesta. Este grupo, naturalmente, también dialoga con ella durante todo el transcurso de la obra”

Fantasías conoció su estreno el 8 de julio de 2001 en el Palacio de Carlos V de Granada en los atriles de la Orquesta Sinfónica de la BBC que dirigió Andrew Davis. Que Bernaola no pudiera desplazarse al estreno era indicativo de lo tocado por su enfermedad que se encontraba en aquellos momentos. Habla García del Busto en sus muy ilustrativas notas en la carpetilla del disco de una posible evocación del Patio de los Arrayanes en la partitura. Y es probable que el origen geográfico del encargo no fuera pasado por alto por el músico a la hora de redactar la página. En todo caso, la obra que puso el broche a su catálogo es una creación contundente, pletórica en ideas musicales, y fruto de una mente que todavía bullía de efervescencia inventiva. En sus quince minutos se desmenuza un material armónicamente inestable, no ajeno a esos bucles tan caros a su escritura –aquí de misteriosos tonos ceremoniales-, con uso punzante de la percusión no exenta de cierto exotismo en su empleo y con un carácter de agitada ensoñación. La hora de Bernaola, como la de tantos otros grandes nombres de la música progresista española, no ha llegado. Mientras tanto, este formidable álbum viene a recordarnos que escuchar al de Ochandiano siempre resulta un enorme placer sensorial.

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