28 dic 2014
13 dic 2014
1 dic 2014
José María Sánchez-Verdú: "No concibo el arte sin estirarlo hacia sus límites"
J. M. Sánchez-Verdú / J. L. Montero (elcorreoweb.es) |
¿Cómo surge una creación tan heterodoxa cómo Sueña El Greco el Martirio de San Sebastián?
El director del Festival de la Guitarra de Sevilla, Francisco Bernier, me puso en contacto con el dramaturgo Royds F. Imbert. Luego hemos comprobado que tenemos muchos intereses en común: el sufismo, el teatro no japonés, la filosofía en general. Él se ha encargado de hacer la dramaturgia del espacio y la iluminación. Mi música ya estaba escrita. Son obras de mi catálogo que se presentan aquí, interpretadas por Zahir Ensemble, con una nueva artículación, partituras muy diferentes que crean fuertes contrastes. Algunas de las piezas miran al siglo XVI, otras son mucho más radicales. Por ahí están Nada, páginas de Kitab, del Libro de Glosas y de las Tauromaquias… La música respira, interactúa con el espacio, con la escenografía y la coreografía.
El director del Festival de la Guitarra de Sevilla, Francisco Bernier, me puso en contacto con el dramaturgo Royds F. Imbert. Luego hemos comprobado que tenemos muchos intereses en común: el sufismo, el teatro no japonés, la filosofía en general. Él se ha encargado de hacer la dramaturgia del espacio y la iluminación. Mi música ya estaba escrita. Son obras de mi catálogo que se presentan aquí, interpretadas por Zahir Ensemble, con una nueva artículación, partituras muy diferentes que crean fuertes contrastes. Algunas de las piezas miran al siglo XVI, otras son mucho más radicales. Por ahí están Nada, páginas de Kitab, del Libro de Glosas y de las Tauromaquias… La música respira, interactúa con el espacio, con la escenografía y la coreografía.
Por eso más que de obra nueva, debemos hablar de proyecto.
Sí, es una propuesta interdisciplinar que conjuga la escena con mi música. Fue Francisco Bernier quien hizo el primer planteamiento, luego la obra ha ido mutando hasta llegar a lo que se verá y escuchará esta tarde. Royd Imbert vive en Canadá, yo en Alemania, pero hemos ido dándole forma a cada uno de los detalles.
Sí, es una propuesta interdisciplinar que conjuga la escena con mi música. Fue Francisco Bernier quien hizo el primer planteamiento, luego la obra ha ido mutando hasta llegar a lo que se verá y escuchará esta tarde. Royd Imbert vive en Canadá, yo en Alemania, pero hemos ido dándole forma a cada uno de los detalles.
Continúa leyendo la entrevista aquí.
26 nov 2014
21 nov 2014
Una solución a la altura
Axelrod y Halffter |
Tras meses de incomprensible
incertidumbre, decisiones
postergadas, presiones
ilógicas e interferencias todo parecía indicar que el desenlace iba a estar a la altura del chusco enredo. No ha sido así. Pese a la confluencia en los despachos de administraciones de diferente color político la cordura ha prevalecido sobre el dislate y, entre todos, han alumbrado una salomónica resolución, no por inesperada, menos acertada. Se podría haber optado por otros caminos, pero el sendero inaugurado, sobre el papel, nos parece abiertamente positivo para el buen desenvolvimiento del Maestranza
y la Sinfónica de Sevilla.
El escenario nos recordará
al de hace una década, con
una doble dirección, pero los
actores son otros y el momento
artístico del coliseo del Paseo
Colón también es diez
años mejor.
Hemos coincidido en numerosas
ocasiones con el
maestro Pedro Halffter en la
creencia de que su proyecto
operístico para la ciudad no
estaba agotado. Durante dos
años más, como mínimo, podrá
continuar demostrándolo.
Confiamos en que retome
el pulso de sus primeras temporadas,
con apuestas de mayor
compromiso estético de
las evidenciadas en los últimos
cursos. En todo caso, el
madrileño ha dado una incontestable
proyección internacional
al Maestranza, lo
que se le agradece volviendo
a confiar en él.
A su lado, John Axelrod dirigirá
la Sinfónica. Será el
quinto director titular en su
historia. En medio del emponzoñado
panorama de los
últimos meses resulta hasta
higiénico que se opte por un
nombre nuevo y que, prejuzgamos,
no está lejos de
Halffter en sus ambiciones
programativas. El americano
era, junto con Marc Soustrot,
el candidato idóneo para suceder
al madrileño. Y su probada
solvencia puede llevar
lejos a la Sinfónica. Además
presume de ser un buen y
cordial entrenador, algo necesario
ante tan buen y difícil
equipo de virtuosos.
Publicado originalmente en la edición papel de El Correo de Andalucía el 20 de noviembre de 2014.
18 nov 2014
10 nov 2014
3 nov 2014
28 oct 2014
20 oct 2014
Atelier de músicas 1 (19-10-14)
Publicado originalmente en El Correo de Andalucía el 19 de Octubre de 2014.
1 sept 2014
Zahir Ensemble. V Ciclo de Música Contemporánea (Sevilla, 2014)
Zahir Ensemble en el Teatro Central / J. M. Paisano (elcorreoweb.es) |
Evidencias de gran música
Reseña del concierto que el 5 de febrero ofrecieron los conjuntos Des Equilibres y Zahir Ensemble en la inauguración del V Ciclo de Música Contemporánea.
* * *
Haciendo un esfuerzo verdaderamente ímprobo, Juan García Rodríguez (director de Zahir Ensemble), quién más está haciendo por la difusión de la música de nuestros días en la adocenada culturalmente Sevilla, presentaba el miércoles en la Fundación Cajasol el primer concierto de los cuatro que integran su tan modesto como valioso quinto Ciclo de Música Contemporánea.
Con la colaboración de la Embajada de Francia en España se planteaba un encuentro entre miembros del conjunto marsellés Des Equilibres y el sevillano Zahir. Ello nos permitió disfrutar de la interpretación de la violinista Agnès Pyka y la viola Blandine Leydier -por parte del ensemble galo- y del guitarrista Francisco Bernier y el violonchelista Dieter Nel por parte de Zahir.
Del programa presentado nos quedamos, ampliamente, con la música del compositor algecireño José María Sánchez-Verdú (1968). No dudaremos en señalar una y otra vez que su nombre es el más relevante de su generación, y su obra, de rotunda personalidad, se incardina en el panorama compositivo actual como una propuesta absolutamente distintiva. Nada (2007) es una miniatura que vive en el ciclo Lux ex tenebris (Goya-Zyklus) y que sale de él para ofrecerse casi como un souvenir de aquella vasta obra; música zigzagueante y exploratoria de intensa comunicatividad ejemplarmente ofrecida por Bernier y Nel, implicados con y afines a su estética. En la conclusión, la más temprana Kitab 4 (1998) parece conectar con la gramática que viene desarrollando hoy día el músico pese a que, entonces, sus intereses ahondaban más en una intertextualidad étnica de la que esta partitura parece querer escapar con su sucesión de silencios, aristas, roces y susurros, tejidos todos ellos no en un mero catálogo de sonidos, sino en un discurso que se hace advertible en una primera escucha.
Hubo también espacio para la música bien urdida y de gesto académico de François Rossé (1945). Su trío de cuerdas Melusine (1999) se sigue con interés y plantea meandros en la escucha que subyugan por su inestablidad armónica. Fue ejecutado con precisión y honda corporeidad instrumental por parte de los músicos. El mismo empeño pusieron estos en los pentagramas de Graciane Finzi (1945), presente en la sala. Pero su música nos pareció sinceramente irrelevante; L’Amor el la Vie d’Une Femme (1995) resultó ser un escolástico trío de acartonado dramatismo; Osmose (2001) no mejoró la cosa, obra de querencia glassiana por momentos, de torpe melodismo y aburrido didactismo en su afán de jugar a la homogeneización tímbrica.
Imantados por la repetición
Reseña del concierto que Zahir Ensemble ha ofrecido en el Cicus de la Hispalense con obras de Philip Glass.
* * * *
Cicus (Universidad de Sevilla). 14 y 15 de marzo. Programa: Monográfico Philip Glass. Intérpretes: Zahir Ensemble (A. Rubio, flauta. L. Orden, flauta. A. Bocanegra (saxo contralto). A. Padilla (saxo tenor). C. Soriano (teclados). J. Moguer (teclados). E. Rodríguez (bajo eléctrico). A. Malek (director asistente). J. G. Rodríguez (director). P. A. Agudelo (creación en vídeo).
Es con citas como las protagonizadas este fin de semana por Zahir Ensemble como el Centro de Iniciativas Culturales de la Hispalense (Cicus) adquiere su auténtica razón de ser. Música de 1969 que en pleno 2014 nos parece recién creada y que, en los atriles de la incombustible formación que dirige Juan García, cobra visos de auténtico atelier donde, antes que recrearse, la música parece surgir nueva ante los oyentes que, el viernes –hubo un segundo pase el sábado– asistimos entre el pasmo y el trance a la catarata de magnéticas repeticiones que proponen páginas como Two pages o Music in fifths. Hubo puntuales imprecisiones que no hicieron descarrilar un conjunto que, en páginas como estas, parece ejecutar maquinalmente, por más que todo sea tan inestable, que cada mínimo roce sea motivo de alerta por parte de un público capaz de advertir el más insignificante desliz.
Que García Rodríguez demuestra ser uno de los músicos más completos del panorama nacional lo demuestra en cada comparecencia (de la zarzuela al sinfonismo bruckneriano, de la robustez abstracta de Halffter al minimalismo radical de Glass). Y, sobra decirlo, si no fuera por Zahir Ensemble, nunca estaríamos comentando un concierto como este en una ciudad terroríficamente timorata en lo musical. En la última pieza, Music in similar motion, los teclados adquirieron felizmente más protagonismo, y atisbamos incluso una dramaturgia menos férrea. Todavía estamos en trance.
El incontestable frescor de la vanguardia
Reseña del concierto que Zahir Ensemble ha protagonizado en el marco del V Festival de Música Contemporánea con obras de Manoury y Crumb.
* * * *
Fundación Cajasol. 28 de abril. Programa: Obras de Manoury y Halffter. Intérpretes: S. Ito, soprano. Zahir Ensemble. J. G. Rodríguez, director. V Festival de Música Contemporánea.
Algún neurólogo o antropólogo tendría que explicar alguna vez el por qué de ese miedo casi atávico que padecen muchos melómanos ante la música de vanguardia. Consta a este firmante que en el último concierto de Zahir Ensemble había más de uno, y de dos, que nada sabían de lo que iban a escuchar. Salieron en estado de shock. Fascinados. ¿Su suerte? Probablemente la de no estar mediatizados por prejuicios, la de no llevar asistiendo años a temporadas de conciertos en las que la música de hoy no se ofrece, se tapa, se ignora.
Sea como fuere venimos reivindicando en estas páginas la esencial labor que un conjunto como el que dirige Juan García Rodríguez realiza en el panorama cultural sevillano. Porque apuesta contra viento y marea por mantener viva la llama de la creación sonora contemporánea y porque, y esto es igual de importante, asume obras de auténtico peso.
Es el caso de Noche pasiva del sentido, de Cristóbal Halffter (1930), partitura con 34 años a sus espaldas que hoy nos suena llena de vida pese al momento de furibunda vanguardia en el que se concibió. Inspirada en textos de San Juan de la Cruz, la obra deconstruye la semántica para abrazar un recitado basado en fonemas que son cantados, susurrados, gritados, teatralizados en fin en el contexto de lo que nos parece una meditativa y tortuosa meditación de rotunda musicalidad. La soprano japonesa radicada en Sevilla Sachika Ito resultó ser el descubrimiento de la noche. Entregada a la difícil página, la cantante desplegó una enorme fuerza expresiva y la percibimos como transida por el opresivo clima de una partitura que, por cierto, tiene mucho de ese gusto oriental por pausar el tiempo. La prestación de los percusionistas José Tur y Eugenio García, junto con la difusión electrónica de Alberto Carretero y la dirección de García Rodríguez redondearon este instante mágico de la presente temporada musical.
Antes, el flautista Alfonso Rubio solventó el intrincado virtuosismo de Júpiter (1987), de Philippe Manoury (1952), música dependiente de la tecnología pero que no supera su sesgo de artefacto de laboratorio pese a su encantador perfume stockhauseniano.
Zahir a los cuatro vientos
Reseña del último concierto del V Ciclo de Música Contemporánea ofrecido este pasado miércoles 18 de junio en el Centro Cultural Cajasol.
V Festival de Música Contemporánea Zahir Ensemble. Sachika Ito, soprano; Eva Alén, mezzosoprano; Paul Norcross-King, tenor. Director: Juan García Rodríguez. Programa: Stabat Mater de Arvo Pärt; Cantata de Igor Stravinski. Lugar: Centro Cultural Cajasol. Fecha: 18 de junio.
* *
Para evitar la confluencia con un partido de fútbol del Mundial de ‘interés general’, el conjunto Zahir Ensemble decidió adelantar en una hora su última convocatoria del curso musical provocando así, aun de forma no premeditada, el malestar del público que llegó a la hora inicialmente anunciada. Este hecho sumado al pertinaz trasiego del público impidió la concentración durante toda la primera mitad del concierto más asequible para el gran público de la temporada. Más allá de la anécdota, alguien debería tomar nota. No es razonable que el gran esfuerzo que estos músicos, liderados por Juan García Rodríguez, vienen realizando en pos de las músicas de los siglos XX y XXI pase tan desapercibido.
Uno se pregunta por qué la escueta mano tendida que le dan ciertas instituciones no se alarga un poco más en el interés de publicitar convenientemente este ciclo que ya anuncia, de cara al Otoño, su sexta edición. También continuamos interrogándonos dónde está todo ese público que llena el Maestranza y que no tiene el interés suficiente por acudir a unas citas sin la mitad de relumbrón pero con muchos sonidos por descubrir en los atriles. Sevilla, Ciudad de la Música, la llaman…
Por (re)descubrir es la Cantata, de 1952, de Igor Stravinsky. Una partitura puente en la carrera del genio ruso que parece anunciar tímidamente el ulterior hallazgo de Luciano Berio en forma de sus Folk Songs (1964). Contó la versión con la modélica competencia de las voces femeninias del Joven Coro Barroco de Andalucía, que, muy en estilo, aligeraron la densidad de la obra con un canto sin apenas vibrato, muy cercano al estilo popular. También García Rodríguez, desde los primeros compases, se distanció de las, por otra parte excelentes, versiones discográficas de la obra a cargo de Marcus Creed y Robert Craft. Eligió un tiempo rápido que comprometió más aún en sus dificultades al esforzado tenor Paul Norcross-King, de voz estrangulada y llena de tiranteces, aún teniendo un timbre ciertamente grato.
La soprano japonesa afincada a Sevilla, Sachika Ito, a quien alabamos su versión de Noche pasiva del sentido, de Cristóbal Halffter, en el penúltimo concierto de Zahir esta temporara, no logró la misma excelencia en el Stabat Mater de Arvo Pärt. Le faltó recogimiento y una mayor mesura en la proyección de su voz; toda vez que estamos en el marco de una partitura religiosa. Valoramos nuevamente la brillantez y densidad de su instrumento vocal. Más afines al espíritu estuvieron Norcross-King y Eva Alén. Correcta lectura la de Zahir Ensemble, empeñados como estuvieron en sacar a relucir las bondades de una página de muy escasa inspiración.
(-)
Narcótico ‘Made in Alaska’
Reseña del concierto que Zahir Ensemble ha ofrecido en el Teatro Central con música de John Luther Adams.
* *
Teatro Central. 9 de abril. Programa: Clouds of Forgetting, Clouds of Unknowing, John Luther Adams. Intérpretes: Zahir Ensemble. J. Garcia Rodríguez, director. Ciclo de Música Contemporánea.
Zahir Ensemble continúa su temporada proponiendo obras que, de otra manera, nunca sonarían en Sevilla. Hace algunos años abordaron con éxito la formidable For Samuel Beckett, de Morton Feldman, cima del ensimismamiento, partitura presa de un feroz y subyugante estatismo. La música del compositor John Luther Adams (1953) guarda algunos puntos en común con la del creador de Buffalo. Pero también, en una obra como estas Nubes de olvido, nubes de inconsciencia hay ecos de Scriabin e incluso Messiaen.
Luther Adams, radicado en Alaska y poderosamente influenciado por sus gélidos paisajes, lleva décadas intentando cincelar un idioma propio. Pero ni aún en una de sus piezas más estimables, como es la que nos ocupa, consigue despegar el vuelo, lograr imantar al oyente con una música de riesgo pero con excesivos referentes.
Los 17 solistas de Zahir dieron forma a la obra de manera aceptable. Poner una página de estas características en pie supone un ejemplar reto; pero no obviaremos decir que algún ensayo más hubiera sido necesario para empastar más el conjunto. García Rodríguez dirigió creyendo a pies juntillas los pentagramas que tenía delante. 65 minutos de secuencias sin apenas desarollo, aleteos tímbricos con aspiraciones evocadoras y una continua sensación de perseguida frialdad. El grueso de la producción de Luther Adams se escora peligrosamente hacia una posmodernidad de efecto narcótico. En estas Nubes de olvido se resumen las mejores esencias de un compositor ampliamente prescindible.
Todas las reseñas anteriores fueron publicadas originalmente en El Correo de Andalucía.
11 jul 2014
Philip Glass visita el 63º Festival de Granada
Glass en el Palacio de Carlos V. Foto: Carlos Choin |
El 63 Festival de Música y Danza de Granada ha concluido esta semana dejando por el
camino una serie de pistas que iluminan el camino que parece transitará su
nuevo director, Diego Martínez, en el futuro. Nos fijaremos, por la propia
naturaleza de este blog, en la recuperación en los programas, si quiera de
forma tibia, de la música de creación actual. La veterana cita vivió su época
más plena en múltiples sentidos coincidiendo con la dirección de Alfredo
Aracil, quien se preocupó de cincelar unas ediciones en las que los géneros
convivían armónicamente, y en donde la apuesta operística (que, cierto es, permitía el
presupuesto) se ocupó de títulos tan a trasmano como Oedipus Rex, de Igor
Stravinsky; o Jeanne d'Arc au bûcher de Arthur Honegger. En el recuerdo de quienes las
vivimos quedaron las históricas sesiones de música electroacústica en el
Planetario del Parque de las Ciencias granadino (que, incomprensiblemente,
nadie parece dispuesto a recuperar pese a su éxito), entre otros
acontecimientos, como la audición íntegra del ciclo Zayín, de Francisco
Guerrero, a cargo del Cuarteto Arditti en el Centro José Guerrero. Tras el periodo confiado a Enrique Gámez, en
el que la música de hoy fue abocada casi a su extinción, Martínez parece entender
que no puede concebirse un festival como mero escaparate. Así lo atestiguan al
menos los conciertos confiados, en la edición recién finalizada, al Taller Atlántico Contemporáneo, con obras de Morton Feldman y Sebastián Mariné, o el
recital de violín de Miguel Borrego con páginas de Sánchez-Verdú y Stockhausen,
entre otros. Habrá que seguir muy de cerca las ediciones venideras en las que
verificaremos si tiene continuidad o no la música de nuestro tiempo en las
programaciones.
La
visita de Philip Glass (1937) al Festival de Granada no se enmarcaba llamativamente
en esa (re)apertura a la música contemporánea. La suya, junto con la del
cantante de jazz Bobby McFerrin, parecía querer movilizar a ese sector del público que
da la espalda al carácter clásico –en un sentido amplio- del certamen. Desde
luego no nos parece desencaminado creer que, entre la legión de seguidores del
compositor norteamericano, hay muchos que llegan a él desde el ámbito del pop o
la música cinematográfica. Y el formato en el que se presentó el pasado 3 de
julio, a piano solo, es precisamente el más asequible para los oyentes poco
versados en el catálogo más militantemente minimalista del músico de Baltimore.
Cuando
amablemente fui invitado por el Festival a confeccionar unas notas para el programa
de mano del recital de Glass sentí, al cotejar el listado de piezas incluidas,
que el concierto iba a resultar exactamente similar al que hace tres años
disfrutamos quienes nos reunimos en el Auditorio de la Diputación Provincial de
Málaga. Para quien nunca ha visto a Glass, la oportunidad resultaba con todo
inmejorable, por más que tengamos que constatar una cierta vaguedad o falta de
exigencia en el compositor a la hora de presentarse ante el piano. El creador
de Einstein on the beach antepone la ocasión que brinda al público de presenciar
a un nombre histórico de la música del siglo XX al ofrecimiento de un
repertorio representativo y trabajado.
Dicho
de otro modo, cuando Glass sale al escenario, el titán del minimalismo constata
que ya tiene a un amplio sector del aforo ganado. Por eso, a grandes rasgos,
aquel recital malagueño y este granadino, años después, resultaron copias casi
perfectas. O el que propio músico ofrecería unos días después, el 8 de julio, en
Santander, reseñado aquí. Matizaremos no obstante que el marco ofrecido por el Palacio de Carlos V de Granada valorizó el
concierto, que se vio amablemente punteado con mágicos chirridos de murciélagos
y sonidos de otros pequeños seres propios de una noche de estío. Al aire libre, el mismo Glass se mostró
especialmente feliz de tocar en este escenario y de gozar de un aforo casi completo que le escuchó
con ejemplar atención.
Discográficamente siempre preferiremos las versiones pianísticas de Michael Riesman y de Steffen Schleiermacher de la obra glassiana a las del propio compositor, limitado teclista que recrea con aseo sólo un puñado de sus páginas para este instrumento. Comenzó el programa con la extensa Mad Rush, que nos gustará más en órgano eléctrico, pero que su autor abordó con un sorprendente tono reflexivo que sería estandarte estético de todo el concierto. Glass optaría por interpretaciones resonantes, de profuso pedal, y armónicamente muy densas (también en la selección de sus Etudes, páginas de intrascendente y pegadiza rítmica; y en las Metamorphosis). Concentrado y palmariamente agotado al final, tras la propina en forma de Closing de sus Glassworks, nos quedó el sabor de un concierto-souvenir en el que nos llevamos una imagen impagable de un autor sin el que no puede escribirse la historia de la música de nuestra era. Priorizó los pertinaces contrapuntos y los insistentes vaivenes de sus partituras a las melodías que las guían, como si estas fueran quedamente apuntadas. Y no suavizó el tono fervientemente repetitivo de sus partituras. Con Wichita Vortex Sutra, agitados por la voz en cinta del poeta Allen Ginsberg, y con un Glass entregado a una página que ama emocionalmente, sentimos, aquella noche granadina, estar en el lugar adecuado en el momento adecuado.
2 jul 2014
Bernhard Lang, 'The Anatomy of Disaster' (Monadologie IX)
Portada del disco. |
Hace ya
14 años saludábamos con sincero entusiasmo una de las primeras grabaciones que
ponía en circulación el sello Kairos, consagrada al compositor austriaco
Bernhard Lang (1957). Se trataba de Differenz / Wiederholung 2 (1999), una
hábil deconstrucción contemporánea de la rítmica de la música rap. En la obra,
el Klangforun Wien unía fuerzas con el vocalista Todd y la soprano Salome
Kammer. La mixtura que allí se creaba nos pareció del todo original a la vez
que denodadamente musical. Lang había logrado en aquella composición lo que
otros colegas suyos habían tanteado sin éxito; una posmodernidad enraizada en
los géneros populares que no sesgaba el aliento de una partitura llena de
creación, de inventiva.
Cuatro
años después, Col-Legno, planteaba un álbum con tres composiciones del
austriaco donde sobresalía DW 8 (2003), para loops orquestales y dos solistas
de turntables. Peter Rundel capitaneaba una amplia obra que
obstinadamente se replegaba sobre sí misma usando una rítmica feroz,
acercándose sin disfraz a la pista de baile;
un inteligente cruce de estilos que dejaba nuevamente por el camino poderosas
texturas instrumentales que nos subyugaban en la escucha.
Lang nunca
ha dejado de ser, pese a lo que pudiera parecer, un creador de la academia. Por
eso, entre 2000 y 2002 trabajó en Das Theater der Wiederholungen, un teatro
musical cercano a las dos horas de duración en la que el Klangforun adquiría un
protagonismo característico de una banda de free jazz y rock. Y aunque la
vocalidad aquí lastraba parcialmente el resultado, Das Theater… nacía
siendo ya una de la ¿óperas? más rebeldes sónicamente del nuevo siglo.
Prolífico y ejemplarmente atendido en la órbita germana, Bernhard Lang continuó
luego creando ciclos instrumentales, racimos de obras que indagaban en unos u
otros caminos, teniendo siempre el cruce con el material pop(ular) como
epicentro argumental.
La
fórmula comenzó a dar señales de agotamiento en I hate Mozart, teatro musical
estrenado en 2006 en Viena, y donde la cita excesiva devenía en pastiche
almibarado por estallidos rockeros. Monadologie I (2007) para cítara y gran
orquesta o Paranoia (2007) para dos raperos, banda y lector de CD incidían en
una peligrosa sequía de ideas; en donde ya no se pretendía enmascarar el
guiño, pues este directamente se imponía sobre la urdimbre creativa a favor de una
música efectista y fácilmente provocadora al ofrecerse en contextos más o menos clásicos. Por lo
anterior, sorprende que el sobrevalorado sello de Stefan Winter, Winter &Winter, se haya hecho eco de una reciente y vasta obra de
Lang, en las antípodas del estilo que le ha consagrado, presentando la muy
envarada Monadologie IX: The anatomy of disaster (2010), a la sazón, tercer
cuarteto de cuerdas del austriaco que, en los atriles del Cuarteto Arditti, se
extiende durante 60 minutos.
De
antemano diremos que lo mejor del álbum es la soberbia toma sonora, de una
naturalidad desopilante, que nos sitúa frente a los cuatro músicos, muy cerca
de ellos, pudiendo escuchar cada inspiración de Irvine Arditti, cada roce y
esquirla de este abigarrado mamotreto. Porque Monadologie IX es un ambicioso pero fallido tour de force que cita Las siete últimas palabras de Franz Joseph
Haydn “buscando la sustancia de esa enigmática obra maestra”, según el autor, quien se muestra decidido a examinar “el significado de la vida,
abordando temas ligados con la existencia y la muerte” (!)
Bernhard Lang. |
El
lenguaje de Lang se torna de una extrema aridez en las siete sonatas –respuesta
a los siete adagios haydnianos- que son precedidas por una Introducción y por
una coda –o Terremoto-. La prestación de los Ardittis se nos antoja de una
rotunda densidad armónica, aunque siempre sin sobresalir por encima del tono
mate de unos pentagramas que naufragan en la reiterada exposición de un
expresionismo de muy viejo cuño, con pasajes tumultuosos y estallidos de
energía instrumental carentes de interés tímbrico, también yermos de estudio de otras
cualidades del sonido. La obra, en fin,
se irá diluyendo, como deshilachando, sin abandonar nunca un tono de tragedia
decimonónica. Nos parecerá, durante toda la audición, que los Ardittis quieren
convencernos con su fortaleza instrumental de los pocos atractivos de una
página que sólo puede defenderse en la prestación virtuosística que demanda.
Demasiado poco.
Nota: Puede escuchar en su integridad The Anatomy of Disaster (Monadologie IX) aquí.
17 may 2014
Karel Goeyvaerts, 'Pour que les fruits mûrissent cet été', 'Ach Golgatha', 'Op acht paarden wedden'
Portada del disco. |
Retomamos la actividad de este espacio para las nuevas músicas con la recomendación de una sorprendente grabación aparecida hace meses en el sello inglés Finders Keepers, especializado en música vintage eminentemente pop y cinematográfica. Con todo, en su catálogo pueden hallarse apetecibles publicaciones -lamentablemente la mayor parte de ellas sólo en LP- centradas en pioneros de la electrónica como Pierre Henry, Henk Badings, Harry Partch, Otto Luenig y Vladimir Ussachevsky. También puede adquirirse una esmerada reedición del score de culto que Andrzej Korzynski compusiera para el controvertido filme Possession (1981) de Andrzej Zulawski.
Pero nos fijaremos en la fascinante recuperación de tres originales y muy bien conservados trabajos del belga Karel Goeyvaerts (1923-1993) –presentados por primera vez en 1977 en el sello Alpha Brussels-, nombre fundamental del prestigioso Instituto para la Psicoacústica y la Música Electrónica de Bélgica (IPEM), donde desarrollo una intensa carrera en el campo de la música experimental. Sin embargo, con la perspectiva del tiempo, la obra de Goeyvaerts ha quedado marcada por su no menos dilatada dedicación a la práctica serialista. Despachado a la ligera en algunas monografías sobre música del siglo XX como un autor eminentemente ‘académico’, el aprecio de su legado parece haber quedado reducido al minoritario ámbito de estudiosos y devotos de las vanguardias históricas. Algunas de las partituras que integran su ciclo Kompositionen (1949-1990), se encuentran entre las creaciones más refinadamente musicales de las nacidas al albur de la práctica serial, al igual que la Sonata para dos pianos (1950-51). También resulta plenamente reivindicable su tentativa operística, Aquarius (1983-92), suerte de oratorio de resonancias místicas configurado por una reunión de piezas de diferente formato no lejos de puntuales concomitancias formales con la serie Licht de Karlheinz Stockhausen.
Tras un periodo alejado de la composición, en 1970, y en el marco de trabajo del IPEM, Goeyvaerts tornó a mostrarse como un compositor de rotunda impronta minimalista, estética que el compositor nunca entendió como enfrentada a la música serial, pues ambas formas de creación las entendía como maneras de exponer una ‘música estática’. Precisamente uno de los primeros encargos que afrontará en el IPEM será la elaboración de la partitura que inaugura el disco que nos concita: Pour que les fruits mûrissent cet été (1975). La música medieval y renacentista ha atraído puntualmente a compositores del avantgarde –se piensa inmediatamente en la Music for Renaissance Instruments (1967) de Mauricio Kagel-, y también lo hizo a Goeyvaerts, quien dedicó la pieza al pionero grupo de interpretación histórica Florilegium Musicum de Paris (autores de esta grabación).
Obsesionado con la rítmica medieval y con la arcaica sonoridad de los instrumentos de época, el belga crea una insistente fresco sonoro repetitivo sobre el que se va imponiendo una gélida onda sinusoidal que no perturba el procesional sonar de los instrumentistas, como presos de un ritual que parece inacabable. Como ‘misticismo dark’ ha definido algún crítico la segunda obra del álbum, Ach Golgatha (1975). En todo caso, los parámetros estéticos no cambian con respecto a la propuesta precedente. Estamos nuevamente ante una larga e impenetrable pieza minimal que basa su motto en la repetición ad eternum y sutil metamorfosis del patrón rítmico del recitativo del mismo nombre de La pasión según San Mateo de Bach. Escrita para un nutrido conjunto de percusión (que incluye membranófonos e instrumentos de metal y madera), órgano y arpa, la partitura deja abierta la longitud y la afinación de los instrumentos de percusión, pudiendo ser elegida cualquier combinación en este campo. Más oscura y densa que la composición inaugural del disco, Ach Golgatha, deviene en una ferozmente estática composición en donde no se establece ningún diálogo instrumental, siendo abandonado cada músico a la pertinaz y puntillista intervención que se le ha adjudicado. Aunque hay en ella un cierto patrón melódico será su carácter rítmico el que quede impreso en la memoria del oyente.
Dos años anterior es Op acht paarden wedden (Betting on eight horses), escrita para celebrar los primeros diez años del IPEM, una creación enteramente electroacústica cuya fisonomía responde idealmente a los principales patrones estéticos que caracterizarían las obras concebidas en el fundamental laboratorio de Gante (por donde pasaron autores tan diversos como Ricardo Mandolini, Lucien Goethals, Louis de Meester y Helmut Lachenmann, entre muchos otros). La de Goeyvaerts parte de la concurrencia de ocho cintas de la misma duración cada una de ellas con sonidos de diferente procedencia: cuatro con material puramente electrónico, tres con registros vocales y una con grabaciones de instrumentos acústicos. Estos ingredientes son manejados por Goeyvaerts de modo bastante más musical a la praxis habitual de sus colegas belgas; en lugar de primar la confrontación ruidista de los materiales o de operar mediante la exposición de sonidos poco manipulados, el compositor cincela una intrincada página de ecos espaciales en su primera mitad –nos parece especialmente indicada su escucha en un planetario-, y en la que se transmite una generalizada sensación de inquietud, de perenne expectación. Un incómodo drone comenzará después a asfixiar y emborronar toda la exposición llevándonos de esta forma a una conclusión difuminada que linda más con el ámbito del industrial. Su desarrollo, alejado de la estética de las obras precedentes, vuelve a hablarnos del enorme talento creativo de un autor cuyo nombre aguarda ser reivindicado.
22 mar 2014
John Zorn, 'The Alchemist'
Portada del disco. |
John
Zorn (Nueva York, 1953) es uno de esos artistas con una visión totalizadora del
hecho creativo, afín al jazz experimental, donde ha desarrollado el grueso de
su carrera y donde ha obtenido el abrazo de la crítica y el público
especializado. Fascinado por el carácter rupturista de las vanguardias
académicas, lleva años desarrollando una trayectoria paralela como compositor
en este sentido. Una cara B del universo Zorn que nos atreveríamos a decir se
ha vuelto más acuciada en época reciente, sin escorar, ni mucho menos tapar, al
líder de la banda de música judía radical, según Wikipedia, Masada, pero obteniendo obras más redondas, sinceramente mejor trabajadas, también con un indisimulado sentido de trascendencia, una seriedad que
a veces choca con el Zorn amante del collage, precursor del noise y de los efectos electrónicos
aplicados al jazz.
En
algún punto intermedio deberíamos citar sus alucinadas sesiones improvisatorias
al órgano –documentadas siquiera puntualmente en los dos álbumes The hermetic organ, publicados en su propio sello, Tzadik-, donde la influencia del
estatismo de Scelsi se funde con una afán cuasi religioso que mira a Tournemire
y Messiaen con esquirlas tenebristas propias de un Xenakis amén de recursos
tomados directamente de la música cinematográfica. Pero, uno de los últimos
discos publicados por el músico neoyorkino en su discográfica, titulado
genéricamente The Alchemist, nos parece más emblemático de los defectos y
virtudes de su catálogo compositivo.
Si
asistiéramos a una escucha ciega del generoso (20 minutos) cuarteto de cuerdas que da título al álbum improbablemente señalaríamos a Zorn como autor de este denso
fresco fieramente atonal, adicto a los armónicos y minado de silentes rupturas
que resquebrajan una y otra vez el discurso. Pero hay, pese a su asumida
abstracción, esquejes reconocibles: cadencias muy a la mano, rítmicos pasajes en
staccato y hasta varias citas textuales de los primeros acordes de la Grosse
Fuge Op.133 de Beethoven. ¿Está en ese aparente equilibrio entre modernidad y
mirada al pasado la personalidad de su creador? Sí: En ello y en la propia
narratividad a la que aspira esta pieza mayor del catálogo de Zorn.
Iconográficamente,
si atendemos al conjunto de ilustraciones arcaizantes (calaveras y casi ilegible
tipografía medieval incluida) que adornan el digipack en el que se ha estrenado
discográficamente la obra, antes pensaríamos en música antigua o en algún tipo
de crossover, que en los sonidos que alberga en realidad: exacta escritura modernista de
raigambre inequívocamente europea. Simple envoltorio, en fin, como buena parte
de las notas del propio Zorn alusivas a algunos de los títulos que conforman
los diferentes capítulos, que se ofrecen hilvanados, de la partitura: Spectres,
The magical speculum, Conjuring the angels, Purification, etc… todos ellos
derivan de diversos procedimientos ocultistas del histórico astrólogo y
navegante John Dee (1527-1609), cuya figura sirve de inspiración a estos
pentagramas.
Zorn
confiesa que The Alchemist es la obra más compleja y extrema que ha escrito
nunca. Sin embargo, cualquier cuarteto de cuerdas de Lachenmann, Xenakis,
Ferneyhough o Harvey contendrá una mayor profundidad y un manejo del material
más experimental. Con todo, la propuesta del norteamericano constituye un
acierto; la música nos parece bien vertebrada, hay una planificación que se
transmite en la escucha y su efectista dramatismo es convincente.
Los
músicos (Pauline Kim y Jesse Mills, violines; David Fulmer, viola y Jay
Campbell, violonchelo) firman una versión crispada y ágil, efectiva como
primera toma de contacto con la obra [puede escucharla en su integridad, por estos mismos intérpretes, en esta grabación en vivo]. Pero presumimos que The Alchemist puede
dar más de sí. No conocemos la interpretación que de ella hizo el Cuarteto Arditti durante el pasado Festival de Huddersfield, en el marco de un concierto
monográfico dedicado a Zorn. En aquella ocasión además se produjo el estreno de
otro cuarteto suyo, en este caso con voz acompañante, y dedicado a la formación
inglesa: Pandora’s Book, que contó con la presencia de la formidable soprano
Sarah Maria Sun.
El
disco de Tzadik al que venimos refiriéndonos, de una duración (33’)
indefendible, se completa –es un decir-, con Earthspirit, suerte de madrigal
para tres voces femeninas que incide en la voluntad esotérica que alimenta el
disco (que podía haber acogido otro cuarteto precedente, Necronomicon). En este
caso es una poco relevante creación en la que, con todo, valoramos su esmerado
y virtuoso final, especie de melismas que se sobreponen sobre una línea vocal
en ostinato de estética repetitiva.
4 mar 2014
Robert Ashley (1930-2014). In Memoriam.
Robert Ashley |
"In some ways, Ashley is the musical counterpart of David Lynch, a detective of weird secrets amid everyday life, but he's a gentler, more compassionate spirit". Alex Ross
Su fallecimiento no ocupará ningún obituario en la prensa en español (¿acaso un breve en alguna revista especializada?) y no habrá artículos de opinión que lo saluden con adjetivos mayestáticos y adverbios emocionados. Quizás es así, en una sociedad que abraza lo fácil, que se rinde al pop (en un sentido cultural, no estrictamente musical), que gusta de fusiones y da la espalda a lo verdaderamente genuino, una obra como la de Robert Ashley (28-03-1930/03-03-2014) lo tiene todo para pasar desapercibida. Sus discos eran sigilosamente distribuidos en España por Arsonal y su obra, amplia y de gran calado, es una auténtica desconocida, circunscrita incomprensiblemente a los cenáculos de la música avanzada en Norteamérica [su última obra, Crash, se estrenará el próximo mes de abril en el Museo Whitney de Nueva York]. Pues como veremos la suya es una obra de una hermosa plasticidad.
Tantas
veces que se teoriza sobre ópera contemporánea, tantas veces que se ignora (no
entraremos en las posibles razones de ello) la aportación trascendental de
Ashley a un género que renovó y ubicó en perfecta conjunción con las
tecnologías de su siglo. Ha muerto el creador de un artefacto sin apenas
descendencia, la vídeo-ópera. Nacido en Ann Arbor (Michigan), su obra es, en un
primer estadio, indisociable de los primeros minimalistas estadounidenses. Y
todo su catálogo evolucionará barnizado por un encantador perfume repetitivo
que se irá tamizando con sutiles capas de new age, arte radiofónico y hasta
cierto abrazo de fórmulas populares (en parecida medida que los aportes de otro
músico USA, Paul Lansky).
El revulsivo contracultural que supuso el downtown neoyorkino tuvo una extensión en el Medio Oeste –Alex Ross en The rest is noise recuerda cómo a los
experimentalistas de ciudades como Ann Arbor, Urbana o Iowa se les llamó la ‘vanguardia
I-80', en referencia a la autopista que atraviesa la parte septentrional del
país-. El histórico a fuer que breve Festival ONCE (1961-1965) sirvió de punto
de encuentro de autores como Alvin Lucier, Gordon Mumma y Robert Ashley, quien
en 1964 presentara The Wolfman, donde él mismo aullaba con retroalimentación en
una creación sonora que todavía hoy juzgamos entre las más agresivas y lacerantes
del arte sonoro. Años después, el músico idearía String Quartet describing the motions of large real bodies (1972), para una orquesta electrónica, trabajos de
fuerte impronta plástica muy influenciados aún por John Cage. Todavía
retendremos de aquella época una miniatura como She was a visitor (1967),
composición que le identificará de por vida, esqueje de un catálogo que iba a
ahondar con una voluntad cuasi periodística en la columna vertebral del
imaginario estadounidense.
No será
hasta 1979 cuando no hallaremos la primera gran creación de Ashley, acaso jamás
superada por él, Automatic writing, un diálogo íntimo para dos voces y electrónica que
transmite al oyente una atmósfera llena de sutileza y erotismo. Escuchada en
las condiciones adecuadas, la melopea de un recitado inconexo y constante,
junto a unas sonoridades quedas que parecen palpitar, pueden sumergir al
auditor en un agradable estado de duermevela. Esa sensación cercana a la
hipnosis que provoca su audición será una de las constantes de su música, que
ya ante una pieza de mayor amplitud como Atalanta, nos hará plantearnos la certera idoneidad del término empleado por Ashley para definir este tipo de trabajos:
stories. Composiciones que nacen de un autor al que nunca le interesó mirarse
en la música europea, creaciones que prefieren a recitadores antes que a
cantantes, y en las que Ashley demuestra su inmensa capacidad para la
recreación melódica con el lenguaje.
De
acuerdo que el hieratismo de sus stories no anda lejos de hallazgos como la
genial Einstein on the beach de Philip Glass, pero Ashley siempre permanecerá
más apegado a la realidad, adoptando casi la personalidad de un periodista que narra
historias prestadas de la realidad, donde sus intérpretes, siempre pegados a un
micrófono, desmenuzan sus encuentros y desencuentros, acumulan sentimientos y
desprenden una inequívoca sensación de pertenencia a la comunidad. Dramas de
mayor o menor enjundia que se funden con una música, diríamos planeante,
imperturbable, un continuo sonoro sobre el que se funden tensiones y distensiones
dichas siempre sin el menor atisbo de excitación, acaso porque cada personaje
de sus stories narra sin tener en cuenta al otro (caso de Dust). Las historias
no se cruzan, en cierto sentido no evolucionan, será tarea del oyente el recomponerlas
si este lo considera oportuno. “Música del inconsciente”, según el crítico Francisco Ramos, quien ya en 1994 en su libro La música del siglo XX situaba a Ashley como una de las personalidades claves de la música avanzada en
la segunda mitad del siglo XX.
Muere
Ashley y, merced a su amplia fonografía (en sellos como Lovely Music y Alga
Marghen) disponemos de todo un arsenal discográfico (de su pieza Yellow man with heart with wings (1978) se registró incluso una versión en castellano) para adentrarnos
en unas propuestas, de singular tono onírico, que permanecerán en la posteridad
como aportaciones de rotunda personalidad. Óperas, ¿óperas? sin ningún afán de
trascendencia y que parecen negar, desde sus mismos planteamientos
compositivos, todo intento de escenificación: música que se disfruta mejor (en
un sentido sinceramente gozoso, laxo) con la luz apagada, dejándonos mecer, no
intentando entender, sólo escuchando.
16 feb 2014
Alvin Lucier, 'Not ideas but in things'
“Eliminar
posibilidades, ir a lo esencial, profundizar en el sonido”, son tres de las
ideas que de manera constante esparce en sus alocuciones el compositor
norteamericano Alvin Lucier, protagonista absoluto del documental Not ideas but in things, un trabajo de Viola Rusche y Hauke Harder, que tras una modesta
exhibición en festivales especializados se ha incorporado, como DVD (en inglés,
sin subtítulos), al catálogo del sello alemán Wergo. Con una performance
de I am sitting in a room, pieza icónica donde las halla de la vanguardia
musical, como hilo conductor de los 90 minutos de metraje, el compositor defiende a lo largo del mismo una y otra vez sus líneas de pensamiento principales,
erigiéndose gustoso como un rara avis, un creador cuyo catálogo parece
siempre empeñado en detenerse ante fenómenos sonoros que percibimos en nuestra
vida diaria pero a los que jamás prestamos atención.
Los primeros fotogramas nos sitúan ante un ensayo de Opera
with objects, en donde Lucier golpea con dos lápices diferentes pequeños objetos para
extraer de ellos su resonancia. “Como a Morton Feldman una vez le dijeron,
alguien podía haber hecho eso; sí pero he sido yo el primero”, cuenta
rememorando una anécdota del compositor de Buffalo. En mitad del complejo
montaje de su obra Sferics, en una reciente interpretación durante una
retrospectiva en La Haya (Holanda), Lucier, ataviado con su habitual cazadora y gorra deportiva, recuerda su
experiencia en Darmstadt. Allí conoció a Luigi Nono, Pierre Boulez y Karlheinz
Stockhausen y de la escucha de sus obras sacó la conclusión de que no estaba
interesado en imitarles. Fue cuando elaboró, en 1965 y gracias al estímulo de John Cage,
Music for solo performer, un insólito estudio sonoro sobre las ondas alfa
cerebrales. “Me pareció de un enorme dramatismo escuchar el efecto que causaban
estas ondas aplicadas a los instrumentos de percusión; yo no tengo que hacer
nada intencionadamente; dejo que las ondas cerebrales hagan la pieza”, dirá. El
documental se detiene entonces en los preparativos y ejecución de la obra, con
la colaboración del asistente del compositor, Nicolas Collins, y siempre –lo que
será una norma en todo el filme- fusionando imágenes de archivo con grabaciones actuales.
Tras detenerse unos minutos en una de sus partituras más
crípticas –Bird and person dyning-, el músico, sentado en su estudio,
arrojará luz sobre su proceder: “A veces me siento como si estuviera en un
bosque, esperando durante horas a ver aparecer un animal; así aguardo yo las
ideas, y cuando por fin surgen no me gusta interferir en ellas, prefiero dejarlas
que se expresen”. Collins, estrecho colaborador suyo, anotará cómo
este “compone siempre con ideas simples muy bien articuladas y, a menudo, con
elementos electrónicos basados en fenómenos que se encuentran en el universo
acústico”. Luego vendrá el repaso a la época –estamos en 1966- en la que, junto
a David Behrmann, Gordon Mumma y Robert Ashley, fundó y giró con el ensemble
Sonic Arts Union, cuyos miembros tenían a Cage como máxima inspiración. Lucier
habla con entusiasmo de Tudor y considera que ninguno de ellos tenía una imagen
clara de las obras que interpretaban en los conciertos; “sólo existía una idea
vaga que descubríamos cómo funcionaba cuando estábamos ante el público”.
Pese a que todo el conjunto del catálogo de Alvin Lucier
parece situarse más comúnmente en la esfera del arte sonoro, él no considera
que su legado sea “una reunión de piezas experimentales” porque, según
confiesa, busca siempre “algo poético, un componente expresivo” en todo lo que
hace. Ejemplo de ello es Vespers, nacida tras un viaje a Venecia, suerte de
esqueje contemporáneo de aquellas obras corales de autores como Gabrieli y Monteverdi.
Esencial por la claridad expositiva que destila durante todo el
filme, el compositor continúa enarbolando su propia doctrina compositiva: “No
estoy interesado en la expresión romántica, sino en la expresividad de los
fenómenos naturales; en descubrir esos fenómenos sonoros”. Porque, para Lucier,
“no hay nada más bello que un río, pero un río no busca ser expresivo, simplemente
lo es”. He ahí una de las colisiones con Cage. “A él le interesaba el modo que
tiene la naturaleza de operar y que, según decía, es aleatorio; a mí también,
pero de un modo diferente” (…) “A Cage no le gustaba mi música porque decía que
era muy simple, una mera exposición de causa-efecto; él prefería poner
obstáculos a los sonidos, yo no”.
La impredictibilidad de esa relación –causa/efecto- es una
de las nociones que más fascinan a Lucier, y la estudiará con profusión en una
pieza como Music for pure waves, bass drums and acoustic pendulums. Uno de los
momentos más emocionantes del documental llegará cuando observamos al compositor
salir de su casa en un día en el que arrecia la nieve para dirigirse a la Wesleyan
University, centro en el que imparte clases desde 1962, y donde le aguardan
un puñado de alumnos a los que les había encargado la elaboración de una pieza sobre tres únicas notas. “La solución más modesta, la más mínima, suele ser la
mejor”, les repite como un mantra.
Con gran concentración le veremos cocinando luego para una
cena casera con unos amigos unos spaguettis con tomate, “una receta tan
deliciosa y simple como lo es mi música”, dirá con humor. Nothing is real, para
piano, tetera amplificada, grabador de cinta y electrónica y Music on a long thin wire serán las próximas paradas del filme, esta última durante una
instalación que el propio Lucier llevó a cabo recientemente en el Museo de Zug
(Suiza). En este centro la cámara observa diferentes preparativos para la
ejecución de obras como In Memoriam Jon Higgins, Panorama y Panorama II (2011) para trece cuerdas y trombón, que se ofrece como estreno absoluto, y de la que se filma un
amplio fragmento. “No sé describir cómo me siento después de un concierto,
tampoco sé que será de mi obra a largo plazo, sólo puedo asegurar que me siento
bien componiendo lo que compongo, sin haberme preocupado nunca de llegar a una
mayor audiencia. Esas cosas sólo están al alcance de autores como Steve Reich o
John Adams, pero si no eres como ellos es un error intentar ser lo que no eres”,
opina.
“Tengo casi 80 años; en el futuro pueden pasar dos cosas.
Que todo lo que he hecho sea olvidado o que sea recordado por un pequeño grupo
de personas; ojalá suceda lo segundo para que mi obra no caiga en el olvido”,
concluirá Lucier, quien antes del fundido a negro todavía elabora una última
disquisición: “Odio que me pregunten por el significado de mi obra. Pregúntenme
por cómo la he hecho, es lo único que sé responder. No hay ninguna idea previa
en lo que hago, las ideas son la carne que el carnicero arroja a los perros guardianes
para mantenerlos ocupados”, dice citando a T. S. Eliot.
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