22 mar 2014

John Zorn, 'The Alchemist'

Portada del disco.
John Zorn (Nueva York, 1953) es uno de esos artistas con una visión totalizadora del hecho creativo, afín al jazz experimental, donde ha desarrollado el grueso de su carrera y donde ha obtenido el abrazo de la crítica y el público especializado. Fascinado por el carácter rupturista de las vanguardias académicas, lleva años desarrollando una trayectoria paralela como compositor en este sentido. Una cara B del universo Zorn que nos atreveríamos a decir se ha vuelto más acuciada en época reciente, sin escorar, ni mucho menos tapar, al líder de la banda de música judía radical, según Wikipedia, Masada, pero obteniendo obras más redondas, sinceramente mejor trabajadas, también con un indisimulado sentido de trascendencia, una seriedad que a veces choca con el Zorn amante del collage, precursor del noise y de los efectos electrónicos aplicados al jazz.

En algún punto intermedio deberíamos citar sus alucinadas sesiones improvisatorias al órgano –documentadas siquiera puntualmente en los dos álbumes The hermetic organ, publicados en su propio sello, Tzadik-, donde la influencia del estatismo de Scelsi se funde con una afán cuasi religioso que mira a Tournemire y Messiaen con esquirlas tenebristas propias de un Xenakis amén de recursos tomados directamente de la música cinematográfica. Pero, uno de los últimos discos publicados por el músico neoyorkino en su discográfica, titulado genéricamente The Alchemist, nos parece más emblemático de los defectos y virtudes de su catálogo compositivo.

Si asistiéramos a una escucha ciega del generoso (20 minutos) cuarteto de cuerdas que da título al álbum improbablemente señalaríamos a Zorn como autor de este denso fresco fieramente atonal, adicto a los armónicos y minado de silentes rupturas que resquebrajan una y otra vez el discurso. Pero hay, pese a su asumida abstracción, esquejes reconocibles: cadencias muy a la mano, rítmicos pasajes en staccato y hasta varias citas textuales de los primeros acordes de la Grosse Fuge Op.133 de Beethoven. ¿Está en ese aparente equilibrio entre modernidad y mirada al pasado la personalidad de su creador? Sí: En ello y en la propia narratividad a la que aspira esta pieza mayor del catálogo de Zorn.

Iconográficamente, si atendemos al conjunto de ilustraciones arcaizantes (calaveras y casi ilegible tipografía medieval incluida) que adornan el digipack en el que se ha estrenado discográficamente la obra, antes pensaríamos en música antigua o en algún tipo de crossover, que en los sonidos que alberga en realidad: exacta escritura modernista de raigambre inequívocamente europea. Simple envoltorio, en fin, como buena parte de las notas del propio Zorn alusivas a algunos de los títulos que conforman los diferentes capítulos, que se ofrecen hilvanados, de la partitura: Spectres, The magical speculum, Conjuring the angels, Purification, etc… todos ellos derivan de diversos procedimientos ocultistas del histórico astrólogo y navegante John Dee (1527-1609), cuya figura sirve de inspiración a estos pentagramas.

Zorn confiesa que The Alchemist es la obra más compleja y extrema que ha escrito nunca. Sin embargo, cualquier cuarteto de cuerdas de Lachenmann, Xenakis, Ferneyhough o Harvey contendrá una mayor profundidad y un manejo del material más experimental. Con todo, la propuesta del norteamericano constituye un acierto; la música nos parece bien vertebrada, hay una planificación que se transmite en la escucha y su efectista dramatismo es convincente.

Los músicos (Pauline Kim y Jesse Mills, violines; David Fulmer, viola y Jay Campbell, violonchelo) firman una versión crispada y ágil, efectiva como primera toma de contacto con la obra [puede escucharla en su integridad, por estos mismos intérpretes, en esta grabación en vivo]. Pero presumimos que The Alchemist puede dar más de sí. No conocemos la interpretación que de ella hizo el Cuarteto Arditti durante el pasado Festival de Huddersfield, en el marco de un concierto monográfico dedicado a Zorn. En aquella ocasión además se produjo el estreno de otro cuarteto suyo, en este caso con voz acompañante, y dedicado a la formación inglesa: Pandora’s Book, que contó con la presencia de la formidable soprano Sarah Maria Sun.

El disco de Tzadik al que venimos refiriéndonos, de una duración (33’) indefendible, se completa –es un decir-, con Earthspirit, suerte de madrigal para tres voces femeninas que incide en la voluntad esotérica que alimenta el disco (que podía haber acogido otro cuarteto precedente, Necronomicon). En este caso es una poco relevante creación en la que, con todo, valoramos su esmerado y virtuoso final, especie de melismas que se sobreponen sobre una línea vocal en ostinato de estética repetitiva.

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