El Auditorio de la
Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa tiene para mí unas connotaciones muy especiales. En aquella sala he vivido algunos de los acontecimientos más intensos que me ha deparado la nueva música. En 2005 conocí personalmente a
Karlheinz Stockhausen en sendos conciertos de música electrónica en los que actuó como encargado de la difusión del sonido (en programa:
Hymnen,
Wednesday Greetings y
Kontakte). Dos años después, en 2007, pude escuchar a Heinz Holliger dirigiendo al Ensemble Contrechamps y al SWR Vokalensemble su
Scardanelly-Zyklus. Y ese mismo año aplaudí estremecido al propio Emmanuel Nunes en dos conciertos monográficos con el Remix Ensemble y el Ensemble Modern en el que se escucharon piezas como
Duktus,
Épures du Serpent Vert I y
II y
Wandlungen.
Recientemente, los días 2, 3 y 4 de octubre la cita volvía a ser con la obra de Karlheinz Stockhausen (1928-2007). Se trató de tres conciertos consagrados a mostrar diversas piezas que integran su último ciclo (no concluido completamente),
Klang, basado en las horas del día. Originalmente este encuentro debía haber tenido lugar en 2008, coincidiendo con el 80 aniversario del músico. Así le había sido propuesto al compositor en su anterior comparecencia en la Fundación Gulbenkian (en 2005). Por desgracia, su repentino fallecimiento en 2007 obligó a posponer en un año un emotivo ciclo que ha tenido mucho de homenaje, no ya a uno de los grandes genios de historia de la música, si no también a un compositor que durante toda su vida mostró una enorme conexión con el público portugués y con este escenario en particular, donde, por ejemplo, en 1990 se interpretaron 32 de sus obras, y dos años después, se estrenó aquí la versión semiescenificada de la ópera
Dienstag aus Licht.
Como es norma en esta casa, la Fundación Gulbenkian, cuya programación contemporánea es, entrando en comparación, bastante menor que la de la Casa da Musica, el otro gran centro cultural del país luso, situado éste en Oporto, sí que al menos viene siempre avalada por los intérpretes más adecuados a las músicas que ofrecen. No se nos ocurren mejores nombres que los convocados durante estos tres días de octubre para servir a la música de Stockhausen. La primera cita se abrió con la primera hora del ciclo
Klang,
Himmelfahrt (
Ascensión), obra escrita entre 2004 y 2005, para sintetizador (u órgano), soprano y tenor. Estrenada en la Catedral de Milán, con los solistas vocales ocultos a la vista del público (“simbolizando las voces de dos ángeles”, dirá el compositor) es aquel escenario el que más conviene a una pieza como la que nos ocupa, donde verdaderamente adquiere su proyección espiritual. La de Lisboa fue una versión de estudio, con los cantantes debidamente ataviados con trajes de reminiscencias fantásticas, enfrentados uno al otro y con el sintetizador de Antonio Pérez Abellán como árbitro de una intensa plegaria dirigida a Dios. La soprano Barbara Zanichelli y el tenor Hubert Mayer (intérpretes en el estreno y en la grabación recogida en la Stockhausen Verlag) dieron con el punto de hieratismo que precisa una música cuyo estatismo vocal se contrapone con las barrocas secuencias del sintetizador, cuya escritura, de una dificultad extrema, fue resuelta con plena naturalidad por Pérez Abellán, uno de los músicos más cercanos al compositor.
Si ya
Himmelfahrt nos sitúa ante un Stockhausen que puede resultar extraño y desconocido (por su bella ligereza con ciertas secuencias de un tono casi naïf) para quien no esté familiarizado con el sorprendente giro estético de la última etapa del músico, una pieza como
Hoffnung (Esperanza) –9ª hora de
Klang-, redactada entre 2006 y 2007, debo confesar que, por primera vez, logró dejarme fuera de juego. En ejecución participaron tres miembros del Ensemble Musikfabrik (Juditha Haeberlin, violín; Axel Porta, viola y Dirk Wietheger, violonchelo). No me atrevería a afirmarlo con rotundidad a falta de conocer el resto de piezas del ciclo
Klang que quedan por escucharse, pero, muy probablemente, sea este trío de cuerdas,
Hoffnung, la obra más escolástica de cuantas Stockhausen haya legado en su catálogo. Ninguna de sus tempranas piezas –pienso en la algo discursiva
Choral (1950) y en la serial
Kreuzpiel (1951)- llega al extremo de escritura académica que muestra aquí. Sin duda que le debo más escuchas a esta novedad (en disco, cuando sea editada por la Fundación Stockhausen) pero, en una primera impresión, la música de
Hoffnung está más cerca del ámbito estético de la Segunda Escuela de Viena (los ecos de los
Cuartetos de Schoenberg son percibibles) que del compositor del
Helikopter-Streichquartett. En sus 30 extensos minutos la música no despega, hay una soberbia factura encerrada en ella, pero el material en juego parece demasiado para para sostener un discurso que se quiere ambicioso tanto tiempo. Como en toda creación del genio hay, por descontado, momentos de interés: referencias al viaje alrededor de la tierra de Michael en
Licht (
Luz) y una extensísima coda que se niega a extinguirse cuyo punto final lo marca la violinista (protagonista principal del trío, no se olvide que Stockhausen fue éste el primer instrumento que aprendió) al marcharse de su atril mientras toca caminando de pie hacia la salida del escenario.
La segunda jornada se inició con una extensa primera parte (90 minutos) en la que los pianistas Benjamín Kobler y Franz Gutschmidt se repartieron las 15 primeras piezas del ciclo
Natürliche Dauern (
Duraciones naturales) –3ª hora de
Klang-. Se trata de la creación más críptica de toda la serie, hasta tal punto que su ejecución se vio jalonada por la marcha de algunos asistentes. Las “duraciones naturales” del piano son el resultado del registro en el que uno pulsa con intensidad la tecla y mantiene el pedal sostenido. “Dejar que cada nota individual se desvanezca completamente”, dejó escrito Stockhausen en la partitura. El resultado sonoro, en las primeras piezas, está en las antípodas del abigarramiento del ciclo de
Klavierstücke iniciado en la década de los 50. Aquí la resonancia se dejaba morir en el espacio antes de que otro nuevo acorde volviera a ocupar la atención. Kobler afrontó las primeras piezas, más áridas en la exposición del material y de un silente puntillismo. Mientras que Gutschmidt se adentró en otras composiciones en las que las duraciones están reguladas mediante consejos de inspiración y expiración, o por las resonancias del
rin (pequeñas campanas japonesas que se colocan a modo de anillos en las manos del pianista). La prestación de ambos músicos fue soberbia y los aplausos estuvieron a la altura, cálidos y con ovación incluida.
La breve página
Himmels-Tür (
Puerta del Cielo) –4ª hora de
Klang- es otro sorprendente escalón en el heterogéneo e inesperado último ciclo compuesto por el músico de Mödrath. Suerte de
performance sonora, el percusionista Stuart Gerber (que estrenó la pieza y la grabó para Stockhausen Verlag), pertrechado con unas mazas de madera, golpea siguiendo una estricta partitura una puerta del mismo material, implora con sus instrumentos y con el golpeteo de sus zapatos sobre el parqué la apertura de la Puerta del Cielo. Tras un fatigoso trabajo, ésta se abre, el percusionista desaparece en su interior e inmediatamente se escucha un
crescendo percutivo seguido del sonido de una sirena. Un niña aparece entre el público, sube al escenario, se dirige a la Puerta del Cielo y también desaparece en su interior, acallándose así todo el tumulto. Cargada de simbología religiosa, la obra, escrita en 2005, magnetiza al espectador durante su presentación en directo con el aura de una celebración ritual de evidente tono místico. Aquí, por primera vez lo diremos, el disco sólo consigue dar un pálido reflejo del potencial visual de una creación como
Himmels-Tür.
La tercera y última sesión se inició con un estreno absoluto, Schönheit (Belleza) –6ª hora de Klang-. La coincidencia en el escenario de la flautista Suzanne Stephens y la clarinetista Kathinka Pasveer (las dos más estrechas colaboradoras de Stockhausen y responsables actuales de la Fundación del compositor) junto con el trompetista Marco Blaauw volvían a asegurar que la música no podía estar en mejores atriles. Esto último es un decir, porque como casi toda la obra del compositor, ésta pieza, también ha de ser ejecutada de memoria. Ataviados con ropas que nos recordaron nuevamente al ciclo lírico Licht, Schönheit es, como Hoffnung, una pieza de lenguaje tranquilo, pero cuya gramática evoluciona de una manera mucho atrayente para el auditor. Una música como ésta merecería una mayor difusión fuera de los circuitos específicos de la música contemporánea. Por desgracia, la sombra de compositor difícil planeará siempre sobre Stockhausen y muchos serán los que se pierdan esta hermosa y sincera partitura, llena de juegos cruzados entre los músicos, de melodías que se apuntan y son retomadas por el contrario, de movimientos circulares y sombras instrumentales.
Mucha de la música que se oye en Klang proviene de Cosmic Pulses (Pulsaciones cósmicas) –13ª hora de Klang-, única pieza enteramente electroacústica del ciclo, y creación de una intensidad y un hedonismo sonoro tan intenso que la sitúan al cobijo de otros trabajos mayores en este campo como Hymnen, Wednesday Greetings, Oktophonie y Paare von Freitag. Las diferentes capas de las que está compuesta este viaje al interior del cosmos sirvieron a Stockhausen para crear nuevas obras de Klang. Kathinka Pasveer, quien ocupó durante los tres días el papel de controladora del sonido, difundió en un Auditorio de la Fundación Gulbenkian prácticamente a oscuras (nunca del todo, siempre con un pequeño foco de luz blanca, deseo del compositor) Cosmic pulses, un recuerdo final al Maestro, treinta intensos minutos en los que nos estremecimos pensando que quizá –pura ilusión- toda la cosmogonía de Stockhausen pudiera tener algún sentido real, verdadero. Para él la tenía, y eso debe bastarnos a quienes amamos su obra.
Audición: Himmelfhart (Ascensión). Fragmento.