4 feb 2011

Charlemagne Palestine, 'Strumming Music'



















Charlemagne Palestine (1947-)
1-Strumming Music for Bösendorfer piano (1974) 52'
2.-Strumming Music for harpsichord (1977) 40'
3.- Strumming Music for strings (1977) 25'
Charlemagne Palestine, piano. Betsy Freeman, clave
San Francisco Conservatory. C. Palestine, director.
Sub Rosa (SR297)
Distribuye en España: Arsonal

Audición: Strumming Music for harpsichord


La imagen y trayectoria de Charlemagne Palestine (Nueva York, 1947) dibujan uno de los perfiles más nitidamente experimentales crecidos alrededor del foco de la vanguardia de Nueva York. Compositor, intérprete y artista visual su vinculación con el repetitivismo radical y su concepto performativo del hecho musical lo sitúan como un rara avis dentro incluso de la vanguardia made in USA. Y aunque resulta evidente que su mundo sonoro está más cercano al de autores como John Cage y Terry Riley que a cualquier pope europeo pre o post Darmstadt, vista en perspectiva, la personalidad de Palestine emerge ya tempranamente como una figura aislada que se mantendrá así todavía hoy enfrascada en indagaciones instrumentales y electrónicas sobre eventos sonoros mínimos.

Palestine cursó estudios musicales y artísticos en las Universidades de Nueva York y Columbia, la Mannes College of Music y el Instituto de Artes de California (CalArts). Será precisamente en el CalArts, tras haber compuesto unas primeras piezas electrónicas en Nueva York, donde descubrirá su devoción por el piano Bösendorfer y desarrollará su famosa técnica de strumming music. De vuelta a Nueva York, a principios de los setenta, protagonizará numerosos maratones pianísticos en su loft de North Moore Street así como en el Experimental Intermedia Center -que dirige Phil Niblock- y The Kitchen. Actuaciones que alternará con breves y repetidas estancias en Europa y con un paulatino impulso a su creación visual. Considerado por la crítica como uno de los máximos representantes del minimalismo musical estadounidense, Palestine, sin embargo, ha rehuido siempre de esa distinción.

No en vano, a finales de los setenta, cuando el minimalismo pasa quizá por su momento de mayor popularidad, gracias a la obra de músicos como Philip Glass o Steve Reich, Palestine decide abandonar por unos años la música, residir fundamentalmente en Europa y concentrarse en sus actividades como pintor, escultor, creador videográfico y performer. A partir de los 90 reanudará su carrera compositiva e interpretativa, grabará múltiples discos y abundarán también los recitales de su particular música repetitiva, más cercana al trance que a la conjugación de desfases. 

Resulta paradójico que la discografía hasta ahora haya escatimado la disponibilidad de la obra más emblemática de su catálogo, esta Strumming Music que el sello Sub Rosa rescata y de la que presenta nada menos que tres realizaciones (piano, clave y conjunto de cuerdas). Atrás quedan aportaciones esenciales para el conocimiento del conjunto de la obra del compositor. Comenzando por la imponente composición para órgano Schlingen-Blängen (1979) de casi 80 minutos de duración, Holy 1 & 2 (1967) y Alloy (1969) para electrónica y formación de cuerdas e instrumentos de percusión y The golden mean (1979) para dos pianos. Destacable también es un reciente registro en Alga Marghen, titulado genéricamente Four Manifestations on Six Elements, que alberga composiciones electrónicas como Three Perfect Fifhts (1967) y Timbral for Pran Nath (1970), ésta última escrita en memoria de Pandit Pran Nath (1918-1996), cantante clásico hindú que realizó una intensa carrera en Norteamerica influenciando a no pocos creadores de la órbita minimalista.

Charlemagne Palestine

Cuenta Palestine como uno de los recuerdos más vívidos de su infancia que durante esta cantaba mucho en la sinagoga (de un modo u otro su adscripción judía determinará no pocas decisiones en su vida) "algunos textos hebreos que frecuentemente duraban muchas horas". Años después (alrededor de 1968) se encargaría del colosal carrillón en la Iglesia de San Tomás, ubicada en la mismísima Quinta Avenida neoyorkina. Al principio se limitaba a tocar himnos pero después comenzó a realizar sorprendentes e inesperadas improvisaciones de enorme intensidad sonora, constante repiqueteo y posterior estilización hacia la repetición obsesiva de dos acordes. Luego vendría su estancia en California y la pareja inmersión en el mundo de la electrónica de la mano del ilustre pionero y compositor Morton Subotnick.

El idilio posterior cuyo flechazo se mantiene aún vigente tendría lugar con el piano, concretamente con los de la marca vienesa Bösendorfer. Su conocimiento de este teclado en concreto sería una consecuencia de los desencuentros musicales de Palestine con los Steinways. En la carpetilla inserta en la edición de Strumming Music que motiva estas líneas se recoge una breve crónica periodística -del 29 de enero de 1974- en la que, bajo el título Music: Aborted Recital- se describe cómo el compositor, durante la premiere de su obra Spectral Continuum en el célebre The Kitchen de Nueva York abandonó hacia la mitad la ejecución (dos horas sobre las cuatro previstas) por no sentirse cómodo interpretando sobre un Steinway. “Esta obra estaba pensada para un Bösendorfer Imperiale Grand”, dijo disculpándose (…)

Reunidos en el triple cedé que presenta Sub Rosa encontramos tres ejemplos de strumming music realizados entre 1974 y 1977. Un término con el que Palestine alude, por un lado, a la técnica interpretativa, y por otro, al resultado de unas piezas de alto contenido repetitivo. En palabras del compositor Ingram Marshall -autor de las notas del álbum- “la rápida alternancia entre notas individuales y acordes y diferentes registros, se convirtió en una técnica que él (Palestine) parecía poseer... "Strumming" era la técnica física; las melodías y armonías que resultaban hacían que la música respirara y se mantuviera viva. Al cabo de un rato, el oído no distingue entre las notas que suenan a causa de los macillos y aquellas que son armónicos generados por la resonancia natural del piano y que sólo aparecen por la situación acústica”.

En este sentido una pieza como Strumming for Bösendorfer piano (52') se erige en el ejemplo más refinado de construcción musical hilada por Palestine, dejando obsoleta una anterior grabación a cargo también del propio compositor y recogida en un disco del sello Barooni (junto con las obras The lower dephts y Timbral assault) que adolecía de una mayor profundidad en el registro sonoro, demasiado saturado por cuanto los micrófonos parecían estar en el interior mismo del instrumento. Esta que ahora se edita adquiere, en determinados instantes, un mistérico tono de ensoñación que hasta la fecha no habíamos advertido en la música del norteamericano. No es que la versión se relaje, es más bien el prodigio del registro el que permite distanciarnos más del piano y admirar la creación en tona su plenitud, más allá del martilleteo de teclas y de su carácter innegablemente minimalista.

La sorpresa continúa luego con una versión para clave, Strumming for Harpsichord, que el propio Palestine preparó para su amiga Elizabeth Freeman y que, interpretada por ella, llega aquí en una grabación de un concierto celebrado nada menos que en el Carnegie Hall de Nueva York, en 1977, prueba ésta de que también la música de Palestine, en contadas ocasiones, se ha sobrepuesto a su militante carácter experimentalista para llegar a públicos de predisposición clásica más allá de las galerías, universidades y lofts de artistas en los que estos sonidos tuvieron su caldo de cultivo primigenio. La adaptación al clave permite centrar la atención en el tono más abiertamente repetitivo de esta música, dando, por las propias características del instrumento, un tono más mecánico y artificial, también deshumanizado. A la manera de un Continuum de Ligeti que quintuplicara la duración, Strumming para clave queda así como una obra sonora de mayor fiereza en la que los ataques no son amortiguados por pedal alguno y en la que la austeridad y la desnudez de esta música da alas a una torrencial lluvia de notas (casi) idénticas.

En el tercer y último cedé se documenta una última versión, en este caso para conjunto de cuerdas, que tuvo lugar en el Conservatorio de San Francisco en 1977 a propuesta de John Adams. Su valor es más puramente musicológico que creativo por cuanto que el propio Charlemagne Palestine acabó por convencerse de la inutilidad de explicar sus conceptos a instrumentistas formados en la tradición clásica. Con todo, la meritoria labor de los alumnos que participan en la grabación firman un Strumming de menores proporciones (alrededor de 25 minutos) cuya sonoridad difiere notablemente de las dos anteriores piezas. Dada la difícil aplicación de la premisa a las cuerdas, la ejecución tiende hacia un sonido marmoreo, una larga nota tenida sobre la que van acumulándose imperceptibles desfases y que confieren a la versión un tone más cercano a la drone music: pensemos en Phil Niblock y LaMonte Young.

Queda al margen el aporte visual que Palestine da a cada recital y que testimonia ejemplarmente un reciente concierto, registrado en dvd, Mother of us all, que documenta un concierto realizado en junio de 2010 en Nancy (Francia). Dejemos como apunte un argumento del propio compositor a tal respecto, recogido de una interesante entrevista, en la que, entre otros temas, aborda el por qué de la presencia de muñecos de peluche en sus conciertos: Me siento muy solo en la escena de la música contemporánea occidental. Para mí resulta demasiado fría, analítica y poco existencial. No tengo nada que ver con las obras de Stockhausen ni, en general, con ninguna música heredera de la II Escuela de Viena. Siento el deseo de proponer con mi música, con mis conciertos, una suerte de ritual místico. Adoro el olor de mis cigarrillos indonesios marca Kretek. Me gusta utilizar una ropa excéntrica cuando interpreto: uso sombrero, enciendo muchas velas, decoro el piano. Para mí toda esta escenografía representa el escenario ideal para que se desarrolle la música. Me gusta barnizar mis presentaciones con una cierta religiosidad que no tiene porque ser cristiana, ni judía, ni hindú. Siento interés por todas las culturas y tradiciones religiosas. De alguna forma personal, aspiro a estar cerca de ellas”.

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