Leif Segerstam (1944-)
1.- Symphony Nº 81 'After Eighty...' (2002) 25:26
2.- Symphony Nº 162 'Doubling the Number for Bergen!' (2006) 23:08
3.- Symphony Nº 181 'Names itself when played... = (raising the number with 100 for Bergen)' (2007) 22:35
Bergen Philharmonic Orchestra (without conductor)
Ondine (ODE 1172-2)
Distribuye en España: Diverdi
Audición: Symphony Nº 162 'Doubling the Number for Bergen!' (2006)
Es bastante probable que en el futuro la figura de Leif Segerstam (Vaasa, Finlandia, 1944) sea más recordada por su dedicación a la dirección orquestal –suya es una doble integral Jean Sibelius, la segunda, con la Orquesta de Helsinki (Ondine) de absoluta referencia y apreciables lecturas de las Sinfonías de Mahler y Nielsen- que a la composición. Sin embargo en las siguientes líneas nos interesará este punto que, hasta el día que el juez Tiempo otorgue su veredicto, conforma una parte esencial de la personalidad de este maestro nórdico, una de las figuras más aisladas y extravagantes en el siempre proceloso y atractivo universo de la nueva música.
Pese a su firme convicción de ligar su nombre a la profesión de compositor, la música de Segerstam permanece comúnmente ajena al circuito especializado. No se le requiere en los festivales de mayor renombre y su obra no crea prácticamente debate por lo que podría deducirse que, para bien o para mal, sus pentagramas no despiertan ni entusiastas adhesiones ni críticas virulentas. Tampoco está presente su trabajo en sellos consagrados a la modernidad, sólo BIS y Ondine –ambas editoras inequívocamente escandinavas, la una sueca la otra finlandesa- le han prestado una atención considerable.
Y en lo tocante al Segerstam director de música contemporánea tampoco es que el maestro haya elegido un repertorio significativo. Su defensa y promoción de un compositor compatriota absolutamente menor -Einojuhani Rautavaara- y de dos posmodernistas norteamericanos -John Corigliano y Christopher Rouse- no le han granjeado el aprecio de los seguidores de propuestas sonoras de mayor fuste y compromiso. En este punto sí es de justicia resaltar su buen entendimiento con el legado sinfónico del enormemente irregular músico ruso Alfred Schnittke, de quien ha registrado la integral, y donde sobresale un histórico registro de la monumental y agitada Sinfonía nº1, íntegramente disponible en esta versión en YouTube.
Pese a que, insistimos, no es la de Segerstam una música de fácil acceso ni siquiera en los canales temáticos, el compositor lejos de arredrarse parece dispuesto a batir el record mundial. A fecha de marzo de 2011 lleva compuestas 244 sinfonías, de las cuales más de un centenar han sido estrenadas. Resulta lógico pensar que pronto, si no lo ha hecho en el momento en el que se publican estas líneas, superará el hito establecido por el compositor Rowan Taylor, responsable de 265 sinfonías. Se instaura así el músico finlandés, con todo protagonismo, en la pequeña y excéntrica nómina de prolíficos sinfonistas. Piénsese en Havergal Brian (1876-1972) -32 sinfonías- y Alan Hovhaness (1911-2011) -67 sinfonías-.
Formado en la Academia Sibelius de Helsinki y en la Juillard School de Nueva York, Leif Segerstam es hoy uno de los directores más interesantes que puedan atenderse dentro del oficio serio y sereno de la dirección musical (ajeno en todo punto a la mercadotecnia y al espectáculo). Y fruto de su intenso trabajo como maestro invitado y como titular (lo ha sido de la Helsinki Philharmonic Orchestra, Danish National Radio Symphony y Austrian Radio Symphony) han surgido buena parte de sus obras. No se indica en ningún lugar de manera específica pero habría que desmentir o afianzar esa idea que circula entre los melómanos de que Leif Segerstam impone la interpretación de una obra de su pluma en cada concierto que ofrece como batuta invitada. Sea como fuere esto, cuando la música es de interés (y la suya lo es), no hace sino elevar la atención que debe prestarse a cada nueva comparecencia suya.
Quien firma estas líneas tuvo la oportunidad de disfrutar con su presencia en el Teatro de la Maestranza en abril de 2009 cuando intervino al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) en un programa con obras de Chaikovski y Sibelius. Inauguraba el programa una obra suya, la Sinfonía nº178 que acabó estando dedicada a la formación hispalense. Alrededor de 30 minutos de una música de múltiples capas, sinuosa en su atonal discurso, extrovertida en los arrebatos pianísticos y percutivos (con un gigantesco martillo pilón incluido) y, lo más interesante desde un punto de vista formal, interpretada sin director de orquesta –el propio Segerstam actuaba como un ejecutante más sentado al piano-, lo que viene siendo habitual en sus sinfonías más recientes.
El disco que ahora publica Ondine, con el registro de tres Sinfonías (las número 81, 162 y 181), sirve de ejemplar introducción a su obra por cuanto en este trío de partituras confluyen las constantes compositivas más definitorias de su autor -superado el pos expresionismo que embargó las 70 primeras...- y gozan de unas interpretaciones modélicas a cargo de la Bergen Philharmonic Orchestra, huérfana de director, y dedicataria de las obras aquí recogidas. En todas ellas se distingue el modo de componer elegido y defendido por Segerstam, basado en lo que él denomina ‘pulso libre’. “He encontrado la naturalidad en el pulso libre y soy siempre sensible a lo que dicta el material por sí mismo a la hora de escribir. Soy un verdadero ‘escogetonos’ no un compositor ‘constructor’. Yo permito que el material musical se forme por sí solo de manera natural”, afirmó en 2009 en una entrevista concedida al Diario Vasco.
Cercano al concepto de música aleatoria, el ‘pulso libre’ del que habla Segerstam permite una mayor interactuación de los músicos que han de improvisar sobre motivos, densidades y acordes que, de manera previa y a través de los pentagramas, establecen el tono que habrá de gobernar la ejecución. Por ello se prescinde de director (se busca, dirá el compositor, sacar a relucir el solista que todo profesor de orquesta lleva en su interior) y las partituras casi nunca superan las dos o tres páginas de redacción. No es que en ellas se contemplen instrucciones textuales en la manera en que sí sucedía con ciertas músicas objetuales o democratizadoras (caso de Cornelius Cardew), únicamente se establece mediante una notación más o menos convencional las reglas del juego que deberán regir una interpretación en la que, hasta la fecha de hoy, siempre ha estado presente e involucrado el compositor.
El principal handicap con el que se encuentra el auditor de la música de Segerstam es que su corpus sinfónico (dejaremos para una futura ocasión la referencia a sus 30 cuartetos de cuerda, múltiples entregas en forma de Orchestral Diary Sheet y más de una decena de conciertos para instrumentos solistas) es que, no nos empeñaremos en negarlo, existen grandes similitudes entre unas piezas y otras. La música del finlandés, además de ser muy seria y grave en su exposición, tiende a la homogeneidad. No le interesa al compositor la perdurabilidad de todas y cada unas de sus composiciones, según él mismo ha relatado en sucesivas entrevistas. No hay pues atisbo de megalomanía en su prolijo catálogo (“Mis sinfonías son como los espermatozoides. Algunas tienen más fuerza que otras. Y, por tanto, sólo algunas sobrevivirán” gusta de decir). En todo caso lo que sí parece estar ya por encima del tiempo es el estilo propio que respiran sus obras, trabajos cuya estética llevan décadas señalando un posmodernismo de gran interés en donde resuenan los ecos de Wagner, Mahler, Sibelius e incluso Alan Pettersson -compositores que dirige con frecuencia Segerstam- y cuya influencia es advertible en unas composiciones marmóreas que evolucionan en bloque y que transmiten una perenne sensación de estar construyéndose en cada instante, por lo que la inestabilidad del material acaba llegando al oyente encargado de buscar un hilo de posible narratividad en medio de una gigantesca ola sonora cuyo argumento parece inconquistable.
En esta “Trilogía de Bergen” que suponen las Sinfonías 81, 162 y 181 sobresale la segunda de ellas, subtitulada Doubling the Number for Bergen!, del año 2006. Están en ella desarrolladas todas las constantes claves en su música. La obra parece carecer de un inicio (más aun, se inaugura con lo que podríamos comparar con un 'big bang' orquestal), los golpes secos y sordos de los timbales crean un ambiente amenazante, la pulsación constante del piano marca prácticamente todo el discurso -con insistente repetición de acordes y cita más o menos oculta de las beethovenianas primeras notas de Für Elise-, existen remansos de paz con líricos arrebatos del concertino, la percusión es de una desorbitada riqueza (con inclusión de instrumentos casi siempre presentes en la música de Segerstam como el flexatón, la carraca y el látigo) y la cuerda es voluminosa, evolucionando en forma de racimo (con procedimientos que recuerdan al Ligeti y al Xenakis de las masas polifónicas). Acaece además hacia la mitad de la Sinfonía unos acordes en los que parece emerger el sonido de un theremin o, incluso, lo que podrían ser unas Ondas Martenot, punto este que no he podido confirmar al no tener acceso a la partitura y no proporcionar dato alguno las, por otra parte, escuetas notas que acompañan el cedé.
La Sinfonía nº81 'After Eighty...' (2002) resulta menos expansiva que la 162. Aquí Segerstam parte de un silencio que poco a poco va coloreando con todas las fuerzas de la orquesta sinfónica hasta llegar a un clímax que a un oyente atento podría remitir a Alexandr Scriabin, compositor cuyo universo sonoro no está alejado en demasía del músico finlandés. Mucho más furiosa se revela la obra más reciente que registra el disco, la Sinfonía nº 181 'Names itself when played... = (raising the number with 100 for Bergen)' (2007). En todo caso parece oportuno recomendar una escucha aislada de estas piezas para quebrar ese notable carácter igualitario que hermanas a unas y a otras. Sólo de este modo pueden advertirse, más allá de los puntos en común que las unen, diferencias que hacen de cada trabajo de Segerstam una sugerente creación llena de energía, una suerte de traslación en música del action painting de Jackson Pollock: aquel irrefrenable impulso plástico que originaba piezas maestras en apariencia tan similares y en impacto tan diferentes...
La número 181 prácticamente no ofrece tregua al oyente, es una música más heróica que pomposa (adjetivo con el que ciertos críticos despachan a menudo la obra de Segerstam por el desconocimiento con el que la abordan), creación de una sobresaliente vivacidad que cuenta en la grabación con unos intérpretes entusiastas capaces de exprimir cada sugerencia realizada por el autor, que, además de a través de la partitura, les llega en forma de anotaciones extravagantes, estrafalarias, únicas: “Tocar como si escucharan una sirena de ambulancia...”, “Estos acordes deben sonar como si estuvieran traumatizados...”, “Piensen en un ritmo irónico e interprétenlo...”, “Quisiera que este pasaje sonara como una película de James Bond...”. Pocos universos sonoros se resisten más a la definición que el de Leif Segerstam, y escasas son las oportunidades de poder disfrutar de unas obras capaces de incomodar a los oyentes clásicos y a los aficionados a la música de vanguardia. En todo caso, el compositor finlandés transita una vía por la que sólo él se ha aventurado. Nadie le sigue detrás. Mejor así. La originalidad, esa palabra tan compleja de conquistar y tan acariciada por los creadores de ayer y hoy, es adjudicable, con pleno derecho, a su música.
Pese a su firme convicción de ligar su nombre a la profesión de compositor, la música de Segerstam permanece comúnmente ajena al circuito especializado. No se le requiere en los festivales de mayor renombre y su obra no crea prácticamente debate por lo que podría deducirse que, para bien o para mal, sus pentagramas no despiertan ni entusiastas adhesiones ni críticas virulentas. Tampoco está presente su trabajo en sellos consagrados a la modernidad, sólo BIS y Ondine –ambas editoras inequívocamente escandinavas, la una sueca la otra finlandesa- le han prestado una atención considerable.
Y en lo tocante al Segerstam director de música contemporánea tampoco es que el maestro haya elegido un repertorio significativo. Su defensa y promoción de un compositor compatriota absolutamente menor -Einojuhani Rautavaara- y de dos posmodernistas norteamericanos -John Corigliano y Christopher Rouse- no le han granjeado el aprecio de los seguidores de propuestas sonoras de mayor fuste y compromiso. En este punto sí es de justicia resaltar su buen entendimiento con el legado sinfónico del enormemente irregular músico ruso Alfred Schnittke, de quien ha registrado la integral, y donde sobresale un histórico registro de la monumental y agitada Sinfonía nº1, íntegramente disponible en esta versión en YouTube.
Pese a que, insistimos, no es la de Segerstam una música de fácil acceso ni siquiera en los canales temáticos, el compositor lejos de arredrarse parece dispuesto a batir el record mundial. A fecha de marzo de 2011 lleva compuestas 244 sinfonías, de las cuales más de un centenar han sido estrenadas. Resulta lógico pensar que pronto, si no lo ha hecho en el momento en el que se publican estas líneas, superará el hito establecido por el compositor Rowan Taylor, responsable de 265 sinfonías. Se instaura así el músico finlandés, con todo protagonismo, en la pequeña y excéntrica nómina de prolíficos sinfonistas. Piénsese en Havergal Brian (1876-1972) -32 sinfonías- y Alan Hovhaness (1911-2011) -67 sinfonías-.
Formado en la Academia Sibelius de Helsinki y en la Juillard School de Nueva York, Leif Segerstam es hoy uno de los directores más interesantes que puedan atenderse dentro del oficio serio y sereno de la dirección musical (ajeno en todo punto a la mercadotecnia y al espectáculo). Y fruto de su intenso trabajo como maestro invitado y como titular (lo ha sido de la Helsinki Philharmonic Orchestra, Danish National Radio Symphony y Austrian Radio Symphony) han surgido buena parte de sus obras. No se indica en ningún lugar de manera específica pero habría que desmentir o afianzar esa idea que circula entre los melómanos de que Leif Segerstam impone la interpretación de una obra de su pluma en cada concierto que ofrece como batuta invitada. Sea como fuere esto, cuando la música es de interés (y la suya lo es), no hace sino elevar la atención que debe prestarse a cada nueva comparecencia suya.
Leif Segerstam |
Quien firma estas líneas tuvo la oportunidad de disfrutar con su presencia en el Teatro de la Maestranza en abril de 2009 cuando intervino al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) en un programa con obras de Chaikovski y Sibelius. Inauguraba el programa una obra suya, la Sinfonía nº178 que acabó estando dedicada a la formación hispalense. Alrededor de 30 minutos de una música de múltiples capas, sinuosa en su atonal discurso, extrovertida en los arrebatos pianísticos y percutivos (con un gigantesco martillo pilón incluido) y, lo más interesante desde un punto de vista formal, interpretada sin director de orquesta –el propio Segerstam actuaba como un ejecutante más sentado al piano-, lo que viene siendo habitual en sus sinfonías más recientes.
El disco que ahora publica Ondine, con el registro de tres Sinfonías (las número 81, 162 y 181), sirve de ejemplar introducción a su obra por cuanto en este trío de partituras confluyen las constantes compositivas más definitorias de su autor -superado el pos expresionismo que embargó las 70 primeras...- y gozan de unas interpretaciones modélicas a cargo de la Bergen Philharmonic Orchestra, huérfana de director, y dedicataria de las obras aquí recogidas. En todas ellas se distingue el modo de componer elegido y defendido por Segerstam, basado en lo que él denomina ‘pulso libre’. “He encontrado la naturalidad en el pulso libre y soy siempre sensible a lo que dicta el material por sí mismo a la hora de escribir. Soy un verdadero ‘escogetonos’ no un compositor ‘constructor’. Yo permito que el material musical se forme por sí solo de manera natural”, afirmó en 2009 en una entrevista concedida al Diario Vasco.
Cercano al concepto de música aleatoria, el ‘pulso libre’ del que habla Segerstam permite una mayor interactuación de los músicos que han de improvisar sobre motivos, densidades y acordes que, de manera previa y a través de los pentagramas, establecen el tono que habrá de gobernar la ejecución. Por ello se prescinde de director (se busca, dirá el compositor, sacar a relucir el solista que todo profesor de orquesta lleva en su interior) y las partituras casi nunca superan las dos o tres páginas de redacción. No es que en ellas se contemplen instrucciones textuales en la manera en que sí sucedía con ciertas músicas objetuales o democratizadoras (caso de Cornelius Cardew), únicamente se establece mediante una notación más o menos convencional las reglas del juego que deberán regir una interpretación en la que, hasta la fecha de hoy, siempre ha estado presente e involucrado el compositor.
El principal handicap con el que se encuentra el auditor de la música de Segerstam es que su corpus sinfónico (dejaremos para una futura ocasión la referencia a sus 30 cuartetos de cuerda, múltiples entregas en forma de Orchestral Diary Sheet y más de una decena de conciertos para instrumentos solistas) es que, no nos empeñaremos en negarlo, existen grandes similitudes entre unas piezas y otras. La música del finlandés, además de ser muy seria y grave en su exposición, tiende a la homogeneidad. No le interesa al compositor la perdurabilidad de todas y cada unas de sus composiciones, según él mismo ha relatado en sucesivas entrevistas. No hay pues atisbo de megalomanía en su prolijo catálogo (“Mis sinfonías son como los espermatozoides. Algunas tienen más fuerza que otras. Y, por tanto, sólo algunas sobrevivirán” gusta de decir). En todo caso lo que sí parece estar ya por encima del tiempo es el estilo propio que respiran sus obras, trabajos cuya estética llevan décadas señalando un posmodernismo de gran interés en donde resuenan los ecos de Wagner, Mahler, Sibelius e incluso Alan Pettersson -compositores que dirige con frecuencia Segerstam- y cuya influencia es advertible en unas composiciones marmóreas que evolucionan en bloque y que transmiten una perenne sensación de estar construyéndose en cada instante, por lo que la inestabilidad del material acaba llegando al oyente encargado de buscar un hilo de posible narratividad en medio de una gigantesca ola sonora cuyo argumento parece inconquistable.
En esta “Trilogía de Bergen” que suponen las Sinfonías 81, 162 y 181 sobresale la segunda de ellas, subtitulada Doubling the Number for Bergen!, del año 2006. Están en ella desarrolladas todas las constantes claves en su música. La obra parece carecer de un inicio (más aun, se inaugura con lo que podríamos comparar con un 'big bang' orquestal), los golpes secos y sordos de los timbales crean un ambiente amenazante, la pulsación constante del piano marca prácticamente todo el discurso -con insistente repetición de acordes y cita más o menos oculta de las beethovenianas primeras notas de Für Elise-, existen remansos de paz con líricos arrebatos del concertino, la percusión es de una desorbitada riqueza (con inclusión de instrumentos casi siempre presentes en la música de Segerstam como el flexatón, la carraca y el látigo) y la cuerda es voluminosa, evolucionando en forma de racimo (con procedimientos que recuerdan al Ligeti y al Xenakis de las masas polifónicas). Acaece además hacia la mitad de la Sinfonía unos acordes en los que parece emerger el sonido de un theremin o, incluso, lo que podrían ser unas Ondas Martenot, punto este que no he podido confirmar al no tener acceso a la partitura y no proporcionar dato alguno las, por otra parte, escuetas notas que acompañan el cedé.
La Sinfonía nº81 'After Eighty...' (2002) resulta menos expansiva que la 162. Aquí Segerstam parte de un silencio que poco a poco va coloreando con todas las fuerzas de la orquesta sinfónica hasta llegar a un clímax que a un oyente atento podría remitir a Alexandr Scriabin, compositor cuyo universo sonoro no está alejado en demasía del músico finlandés. Mucho más furiosa se revela la obra más reciente que registra el disco, la Sinfonía nº 181 'Names itself when played... = (raising the number with 100 for Bergen)' (2007). En todo caso parece oportuno recomendar una escucha aislada de estas piezas para quebrar ese notable carácter igualitario que hermanas a unas y a otras. Sólo de este modo pueden advertirse, más allá de los puntos en común que las unen, diferencias que hacen de cada trabajo de Segerstam una sugerente creación llena de energía, una suerte de traslación en música del action painting de Jackson Pollock: aquel irrefrenable impulso plástico que originaba piezas maestras en apariencia tan similares y en impacto tan diferentes...
La número 181 prácticamente no ofrece tregua al oyente, es una música más heróica que pomposa (adjetivo con el que ciertos críticos despachan a menudo la obra de Segerstam por el desconocimiento con el que la abordan), creación de una sobresaliente vivacidad que cuenta en la grabación con unos intérpretes entusiastas capaces de exprimir cada sugerencia realizada por el autor, que, además de a través de la partitura, les llega en forma de anotaciones extravagantes, estrafalarias, únicas: “Tocar como si escucharan una sirena de ambulancia...”, “Estos acordes deben sonar como si estuvieran traumatizados...”, “Piensen en un ritmo irónico e interprétenlo...”, “Quisiera que este pasaje sonara como una película de James Bond...”. Pocos universos sonoros se resisten más a la definición que el de Leif Segerstam, y escasas son las oportunidades de poder disfrutar de unas obras capaces de incomodar a los oyentes clásicos y a los aficionados a la música de vanguardia. En todo caso, el compositor finlandés transita una vía por la que sólo él se ha aventurado. Nadie le sigue detrás. Mejor así. La originalidad, esa palabra tan compleja de conquistar y tan acariciada por los creadores de ayer y hoy, es adjudicable, con pleno derecho, a su música.
* En este enlace de RTVE puede disfrutarse de la grabación audiovisuual de la temporada 2008-2009 de la Orquesta Sinfónica de RTVE de un concierto dirigido por Leif Segerstam en el que el maestro interpreta su Sinfonía nº 176, así como Cantus Arcticus, de Rautavaara y la Sinfonía nº6 de Jean Sibelius.
** Una extensa e interesante entrevista (en inglés) con Leif Segerstam puede leerse aquí.