Karlheinz Stockhausen, 'SAMSTAG aus LICHT'. BR Musica Viva München (26/29-06-2013)
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Ulrich Löffler. |
Segundo
día del gran ciclo operístico LICHT, SAMSTAG aus LICHT (1981-1983) es la
jornada más oscura de cuantas componen esa magna saga a la que
Karlheinz Stockhausen (1928-2007) diera forma entre 1977 y 2003 constituyendo una Gesamtkunstwerk, acaso la obra de arte (en su acepción
completa, concentrando elementos no sólo musicales, también
plásticos, iconográficos, mitológicos, religiosos y filosóficos…)
más ambiciosa creada nunca por un hombre. Tras las funciones de SONNTAG aus LICHT en abril de 2011 en Colonia [lea aquí la reseña], con la sobresaliente puesta en escena
de La Fura dels Baus, llegó dos años después, en agosto de 2011, en Birmingham el
estreno de MITTWOCH aus LICHT [cuya recensión puede leer aquí] con unos resultados formidables en lo
musical, mediocres en lo escénico (apartado del que se encargó el
sobrevalorado regista Graham Vick). Pues bien, casi como si fuera al
guión de la inmisericorde crisis que atenaza a Europa (a unos
países más que a otros), Múnich presentaba la última semana del
pasado mes de junio SAMSTAG aus LICHT, en lo que constituyó su
primera presentación en Alemania en el marco del veterano y
notabilísimo ciclo de conciertos Musica Viva, que fundara el
compositor Karl Amadeus Hartmann, de la emisora pública BR, baluarte principal del
encuentro más relevante que, en materia de música avanzada, se
lleva a cabo en Baviera.
Anunciada
como una versión ‘cuasi concertante’, SAMSTAG se
ha ofrecido de manera dividida, en varias jornadas, lo que sin duda
ha restado intensidad a la posibilidad que supone experimentar una
creación como esta en una única sesión. Las dos primeras escenas
que reseñaremos corresponden a las interpretadas en la tarde del 26
de junio en el Muffathalle,
una sala volcada principalmente en la programación de música
popular pero que resultó ejemplar para la acogida de las dos
modestas aun solventes presentaciones semiescénicas de Luzifers
Traum y Kathinkas
Gesang (als Luzifer Requiem).
El pianista del Ensemble
musikFabrik Ulrich
Löffler sustituía al anunciado teclista Benjamin Köbler, del mismo
conjunto. Su ejecución no dudaremos en calificarla de referencial
por cuanto que supo resaltar todo el arsenal motívico agazapado
entre el torrencial acúmulo de clusters,
manipulaciones del arpa del piano, insistentes y dramáticos
recitados numéricos, susurros, sonidos de campanas y dinámicas
extremas que plantea la partitura. Serpentearon los anuncios de las
fórmulas que describen a Michael, Eve y Luzifer, protagonistas
de LICHT,
sin temor a mostrar una visión casi hedonista de una partitura
francamente hermosa, menor si se quiere en comparación al resto de
escenas de la ópera, pero con un encantador aire naïf que
corre el peligro de ser enterrado por las técnicas instrumentales
más avantgarde que
se ponen en juego. No estuvo a la altura esperada el bajo Michael
Leibundgut, muy afín al universo Stockhausen (y presente en las
representaciones de SONNTAG y MITTWOCH),
que al menos en su primera interpretación acusó problemas de
afinación. No juzgamos tampoco suficiente su amplificación –culpa
acaso del técnico de sonido, Florian Zwissler-, muy modesta como
para imponerse como auténtico príncipe de las Tinieblas y desde
luego bastante pálida al lado de la registrada en la grabación de
la ópera (editada por StockhausenVerlag)
a cargo del bajo Matthias Hölle.
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Michael Leibundgut. |
Tampoco
resultaron convincentes algunas decisiones escénicas. Cierto es que la
organización recalcaba el carácter eminentemente concertante de
estas sesiones, pero hubo elementos que quedaron en esta primera
escena tristemente a medias. El defecto mayor vino por la pobre
iluminación, estática, plana, claramente insuficiente en una pieza
en la que el elemento cromático juega un papel fundamental –como,
por otra parte, en todo LICHT- progresando aquí del gris al verde,
en sus tonos intermedios, con paso a través del azul, según hace
indicar el propio compositor en la partitura. Intuimos que en un
recinto como el Muffathalle, preparado para espectáculos de rock,
esto no debería haber supuesto una dificultad insalvable. Por otra
parte, Leibundgut, si bien acompañó su intervención vocal con todo
el catálogo de gestos mímicos anotados por Stockhausen, se mostró
incapaz de imponerse a la rigidez a la que le obligó su ubicación
en el escenario recostado en un asiento, sin que mediaran unas
mínimas acotaciones dramáticas que subrayaran el carácter del personaje que
interpretaba. La elección de dos hombres, Löffler y Leibundgut, supuso además la
lógica pérdida del carácter erótico, casi de seducción terminal,
que plantearon Majella Stockhausen y Matthias Hölle durante el
estreno de la ópera en La Scala de Milán en 1984. Sí que en
cambio estuvo presente un elemento ciertamente anecdótico como es
una lanzadera de cohetes de juguete –elemento simbólico con el que
el compositor quiso rememorar la tensión vivida en la RFA por los
misiles que la URSS mantuvo durante largo tiempo apuntando al
territorio germano en las postrimerías de la Guerra Fría- con los
que sólo aparentemente, Lucifer muere.
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Kathinka Pasveer. |
Llegada
la segunda escena, este SAMSTAG que nos proponía el ciclo Musica
Viva iba a alcanzar ya el sobresaliente nivel que mantendría hasta
su conclusión. Asistir a este Kathinkas Gesang (als Luzifer
Requiem) lo describiremos en términos de ocasión histórica (algo
por otra parte casi consustancial a la rara oportunidad de acudir a presenciar una entrega de LICHT). Fue la propia dedicataria de la partitura,
la flautista y compañera vital del compositor, Kathinka Pasveer,
quien espectacularmente enfundada en una malla negra (trasunto del
carácter felino del personaje) realizó una interpretación de plena
autoridad de una extensa composición, cercana a la hora de duración,
de una difícil pirotecnia instrumental. Constituye
esta obra un radicalmente nuevo modo de acercamiento al concepto de
Réquiem, planteando aquí una ritualística composición en memoria de todos aquellos
seres que mueren anhelando la luz que anida en nosotros, una serie de
ejercicios musicales que depuran la consciencia y la preparan para el
momento de la muerte física, primer paso antes del tránsito hacia
la vida espiritual. Reconocía la intérprete holandesa en una
entrevista mantenida con Paco Yáñez en Mundoclasico.com que esta
composición le había otorgado “los momentos más inolvidables”
de su carrera musical, lo que es comprensible cuando se asiste en una
ejecución en vivo a tal despliegue de armónicos, microtonalidad,
juegos de llaves, sonidos sin tono, canto, soplidos… todo en el
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contexto de una música que no ceja de sorprendernos por su inmediato
calado emocional en el oyente. Alrededor de ella seis percusionistas
del Ensemble musikFabrik representaron otras tantas tentaciones que
atan al ser a la tierra mediante los seis sentidos (siendo el sexto
para el autor de Mixtur el pensamiento). Los músicos, todos ellos
revestidos con los ‘instrumentos mágicos’ diseñados por el
propio Stockhausen (y traídos desde la Fundación del compositor en
Kürten), crearon un clima de transgresora ensoñación,
pesadillesco, con insertos tímbricos de abierto humor, también con
perceptibles ribetes de música oriental, de la que tanto bebió el
creador alemán y que tan originalmente supo incardinar en su
imaginario sonoro. La espacialidad que permitía la sala, aquí sí
bien utilizada, apoyó una sensación de estar asistiendo a una suerte de ritual
místico, de una intensa y reconocible espiritualidad.
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Marco Blaauw. |
Con
dos días de reposo, el tercer acto, Luzifers Tanz, acaecía el 29 de
junio en la histórica sala principal de la Herkulessaal der Residenz
de Múnich. Se prescindió aquí de la verticalidad sugerida por
Stockhausen que debería recomponer el conjunto de una orquesta
sinfónica a la manera de rostro del diablo, resultando cada uno de
los conjuntos en los que se divide la formación en una determinada,
exacta, parte de la cara. Dispuestos convencionalmente, la
Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks, bajo la dirección de
Ingo Metzmacher, realizó una versión que debería desplazar
inmediatamente –de mediar una futura edición discográfica- a la
antigua registrada por The University of Michigan Symphony Band. El
maestro alemán aceleró el tempo resultando una hiperconcentrada
realización que refulgió gracias al inmenso esmero en el recalcado
de los patrones rítmicos de la partitura, con potentísimas
relentizaciones y estallidos de furia instrumental que parecieron
poner a la orquesta bávara en situaciones desbocadas
sobresalientemente controladas. Resultaron igualmente notables las
intervenciones de los
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Helen Bledsoe. |
solistas de musikFabrik, el piccolo de la
flautista Helene Bledsoe, el trompetista Marco Blaauw, músico
irreemplazable en su inmensa afinidad con la obra de Stockhausen, por
cierto ataviado con una ropa de color azul –color de Michael- y con
el símbolo dibujado en su espalda de la ópera en la que es máximo
protagonista, DONNERSTAG aus LICHT. Aplausos incondicionales aquí
para el bajo Michael Leibundgut, mucho más entonado que en Luzifers
Traum, con una amplificación mayor –a cargo de Paul Jeukendrup-, y
con un perturbador recitado que, contra todo pronóstico, fue capaz
de imponerse a la torrencial y decibélica prestación orquestal, de
la que pudimos disfrutar, con idénticos óptimos resultados, en una
segunda sesión el 30 de junio.
A
las diez de la noche comenzaba en la Kirche St. Michael la cuarta y
última escena, Luzifers abschied, cumpliéndose así el deseo del
autor de que la conclusión de SAMSTAG se produjera en una iglesia
cercana al teatro donde la ópera se haya venido desarrollando. En
este caso además se produjo la particularidad que, a los escasos
diez minutos que la separaban de la Herkulessaal, el templo de San
Miguel de Múnich luce sobre su altar un imponente fresco que
muestra al Arcángel Miguel luchando por la Fe y matando al Diablo,
presentado en forma de dragón, lo que hacía del recinto un espacio
idóneo para el desarrollo de un acto en el que damos la despedida a
Lucifer. Escrita para coro masculino, órgano y siete trombones, la
obra, redactada con ocasión del octavo centenario de San Francisco de
Asís, toma su Himno a las Virtudes como texto central, siendo
dividido en trece partes que se corresponden a su vez con el último
segmento de la triple fórmula de la ópera.
El
director de orquesta Rupert Huber, al que no vimos durante toda la
'semiescenificación al estar oculto tras un biombo blanco, fue el
encargado de preparar a la sección masculina del Chor
des Bayerischen Rundfunks
con el concurso de Peter Kofler en
el órgano y un conjunto de jóvenes trombonistas del Conservatorio
Superior de la ciudad que, además de su prestancia en este capítulo
conclusivo, también brindaron una imponente a la par que serena
obertura, Luzifer-Gruss, como preámbulo al acto final. Obra
trágica, escalofriante en su oscuro sonar y cargada de simbolismo,
Luzifer-Abschied pareció representar un masivo exorcismo con los
miembros del coro cantando de espaldas al público repartidos por toda
la nave central del templo y corriendo después calzados con zuecos
que producían un intenso efecto percutivo de enorme resonancia que
era acompañado además con otros pequeños instrumentos (campanas,
carracas, pequeños artefactos de madera...) ejecutados por los
propios cantantes, ataviados todos ellos con los hábitos
franciscanos. Con algunos demoledores crescendos -con el apoyo del
órgano de la Iglesia y de los trombones-, la música, de un
cromatismo tan exacerbado que alcanzaba auténticas cotas de delirio,
extasió al público que abarrotaba el templo y que asistió entre el
pasmo y la excitación a un momento único, a una encrespada lucha
entre el bien y el mal. El final de la ópera, ya en el exterior de
la iglesia, supuso la afirmación de las virtudes franciscanas y la
consiguiente victoria del bien rubricada con la liberación del
hermano pájaro, en este caso un cuervo, bellísimo animal muy
habitual en estas tierras. Cabría hace notar en este punto que los
responsables de cualquier escenificación operística, como
espectáculo completo que es, deberían hacer valer las
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infinitas
capacidades simbólicas del género recurriendo a soluciones igual de
plausibles y que no significasen el absurdo recurso de utilizar un ser
vivo atemorizado. SAMSTAG concluyó con una ceremonia, tomada por
Stockhausen de las tradiciones de Sri Lanka, consistente en la
ruptura por parte de los monjes/cantantes de cocos, proceso en el que
se exteriorizan deseos, expresados en voz alta, todo ello acompañado
por el repique de campanas, que sorprendió a numerosos transeúntes
ajenos a la representación, y en esta ocasión, siendo punteado este
instante de masivas emociones por una finísima lluvia que volvió a
hacer acto de presencia en una jornada inusitadamente fría para
tratarse del penúltimo día de junio. En el aire una pregunta
cargada de anhelante expectación, ¿cuánto tiempo tendremos que
esperar para asistir en algún lugar del mundo a la interpretación
de alguno de los otros capítulos restantes de esta arrebatadora
heptalogía operística?
* Todas las fotos contenidas en el texto, propiedad de la emisora BR, pueden contemplarse en el siguiente link, junto a una amplia galería gráfica del evento.
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